LA CLAVE
Banderas secuestradas
Las banderas deberían arropar a todos como una sábana sedosa, pero es más frecuente que asfixien como una mordaza o ahorquen como una soga
Luis Mauri
Director adjunto
LUIS MAURI
Las banderas deberían arropar a todos como una sábana sedosa, pero es más frecuente que asfixien como una mordaza o ahorquen como una soga. La identidad no es una seña racional, sino una <strong>emoción arcaica</strong> y muy fácilmente manipulable.
Verano de 1936. La represión es atroz en Sevilla, como en todo el territorio tomado por los <strong>golpistas</strong>. El 15 de agosto, Franco arría la bandera de España en la ciudad e iza la rojigualda. Es la primera vez que los rebeldes contraponen esta enseña a la tricolor legal. El gallego aún no es el jefe máximo del golpe militar, pero su ambición es inabarcable. La rojigualda de Carlos III había sido asumida por la Primera República, pero sigue siendo un buen imán para las familias monárquicas.
Cuarenta años después, el 16 de abril de 1977, Carrillo comparece junto con la cúpula del PCE bajo una rojigualda. Los comunistas aceptan la monarquía y la bandera bicolor como símbolo del Estado. Es su parte del pacto suscrito con Suárez dos meses antes, el 27 de febrero, en una reunión secreta. En esta cita, Suárez se compromete a legalizar el PCE, cosa que cumple el 9 de abril, Sábado Santo Rojo. Suárez logra credibilidad para su operación de desandamiaje del franquismo (es decir, para su liderazgo) y pone en juego a un competidor de los jóvenes socialistas que apadrina Brandt. Los comunistas conjuran el peligro de exclusión y creen que su dialéctica con Suárez puede eclipsar a González, o al menos asegurarles la hegemonía en la izquierda que tenían en la clandestinidad.
Viejo dilema
Cuarenta años después de esos cuarenta, la <strong>derecha española más radical</strong> secuestra la bandera en su acoso al Gobierno progresista. Renace en la izquierda el viejo dilema entre disputar la rojigualda a los derechistas o seguir manteniéndola en cuarentena. No es un debate sencillo. A diferencia de la tricolor francesa, nacida ciudadana, la rojigualda nació aristocrática y la dictadura la elevó a enseña del nacionalismo español más rancio. No es la mejor carta de presentación emocional ante las clases populares progresistas. Porque esto no es racional.
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