Más allá de la antipatía
Hacia el odio, con la bandera
Ya nadie podrá exhibirse con la insignia nacional sin que se le suponga de la ultraderecha
En estos días el sistema nervioso español se halla más agitado que de costumbre por la preocupación que en algunos ha generado las medidas del gobierno de Pedro Sánchez ante la alarma nacional decretada. Si, ya de por sí, España es un país en el que antipatizan las derechas con las izquierdas, los independentistas con los constitucionalistas, o el vecino de arriba con el de abajo, en estos últimos tiempos veo con preocupación una deriva de esa antipatía hacia lo que puede parecer odio.
Hace días que en algunas calles, sobre todo de Madrid, se han visto grupos de personas pertrechadas con cacerolas y adornadas con la bandera de España. Gente que pide la dimisión de todo el Gobierno en bloque. Cada uno con sus razones ejerce, en plena restricción de movimientos, el derecho de manifestar su descontento. Mirado el asunto con más detenimiento, observo con preocupación cómo se manifiestan algunos y con qué términos. "¡Sánchez a la cárcel!" "¡Asesinos de mierda!" Son algunas de las variadas soflamas que lanzan rabiosos, impotentes y con ganas de borrar del mapa al Gobierno de España, si pudieran. Parece gente que odia. Según Carolin Emcke, autora de 'Contra el Odio', el odio es un sentimiento de aversión muy intenso e incontrolable, y aquellos que lo poseen se sienten dueños de una certeza absoluta donde no cabe el “tal vez”. Cuando se odia, se odia sin matices.
Este odio colectivo exhibido ahora en España es, sobre todo, ideológico. Es un rechazo profundo hacia quien piensa de manera distinta a lo que dicta la norma, su norma. Estos ciudadanos cubiertos con la bandera de España se han otorgado el marchamo de patriotas de manera que todo aquel que no defienda aquello que revindican bajo la bandera nacional no es un buen español y, en consecuencia, es enemigo de España. Si bien las derechas de este país ya llevan tiempo instrumentalizando la bandera como símbolo ideológico, ahora Vox lo ha hecho con tanta contundencia que ya nadie podrá exhibirse con la insignia nacional sin que se le suponga de la ultraderecha. Una hábil maniobra para ellos y una torpeza que, para muchos, alejará aún más el afecto hacia una bandera que a este paso podría acabar siendo la de nadie.
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