Las críticas del Govern

Ni para desinfectar

Pienso en las sobreactuadas diferencias de Torra con el Gobierno de Sánchez, en el siempre bien engrasado aparato propagandístico, presto a elevar lo propio a los altares y a despreciar todo lo que huela a España

Quim Torra, en su despacho, durante la videoconferencia con Pedro Sánchez.

Quim Torra, en su despacho, durante la videoconferencia con Pedro Sánchez. / periodico

Emma Riverola

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Pienso en Azaña. Ese hombre que defendió con uñas y dientes el Estatut de Catalunya de 1932, el que creyó en una España acogedora para todos. Hasta que llegó la guerra civil y, en los días más difíciles, se lamentaba de "las muchas y muy enormes y escandalosas que (han) sido las pruebas de insolidaridad y desapego, de hostilidad, de chantajismo que la política catalana de estos meses ha dado frente al Gobierno de la República". ¡Qué inútil, qué aciaga se antoja esa insolidaridad vista en perspectiva histórica!

Pienso en las sobreactuadas diferencias de Torra con el Gobierno de Sánchez, en sus surrealistas cartas a dirigentes de la UE, en su necesidad de vender que el Govern tiene un plan propio para abordar la pandemia y que, por supuesto, es mejor, más experto… esa peligrosa megalomanía supremacista. Pienso en el siempre bien engrasado aparato propagandístico, presto a elevar lo propio a los altares y a despreciar todo lo que huela a España. Si hace falta manipular, se manipula. Y si hay que mentir, se miente. Pienso en los obstáculos puestos a los hospitales levantados por la Guardia Civil o el Ejército, en la resistencia a que ayuden en la desinfección de residencias. Y sí, también pienso en esas residencias convertidas en trampas letales. Más de 1.500 ancianos han muerto entre sus muros en Catalunya.

Hay una diferencia entre criticar y culpar. Y esa diferencia hace que la democracia sea respirable o que se convierta en un cenagal en el que el odio obtenga sus ganancias. El Gobierno de Sánchez podía haberlo hecho mucho mejor. El de Torra, también. Pero, en estos días de dolor por el presente e inquietud por un futuro tremebundo, el más terrible de los efectos secundarios del coronavirus es que culpemos de asesina a una administración. Hay límites para la deslealtad. El daño puede ser devastador. Sabemos muy poco de esta pandemia, pero mucho de lo contagioso que puede llegar a ser el odio. Sobre todo, cuando se considera la ayuda del Estado tan impura que ni para desinfectar sirve.