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Una Europa con recelos

Que los países del norte decidan que cada Estado responda con sus propios medios es una muestra de egoísmo nacional

El presidente del Consejo Europeo, Charles Michel, participa en una videoconferencia con los líderes de la UE en el edificio del Consejo Europeo en Bruselas, el pasado 10 de marzo.

El presidente del Consejo Europeo, Charles Michel, participa en una videoconferencia con los líderes de la UE en el edificio del Consejo Europeo en Bruselas, el pasado 10 de marzo. / periodico

La decepción y la incertidumbre al día siguiente del fracaso del Consejo Europeo del jueves es suficientemente expresiva de las dudas que ha sembrado la cumbre de jefes de Estado y de Gobierno de los Veintisiete. El egoísmo del norte del norte frente al sur, promovido por los países más ricos, entre ellos Alemania, Holanda y Austria, entre otros socios, ha dividido a la Unión Europea y la ha situado al borde de una situación crítica a causa de la ineficacia y el encono entre estados. De nuevo es legítimo preguntarse si la palabra solidaridad tiene algún significado en el seno de la UE o es preciso, para que lo tenga, acercarse más al borde del abismo, si cabe.

El coste social de las políticas de austeridad en el pasado ha caído en saco roto y la única línea de defensa para reducir los efectos económicos de la pandemia es el programa diseñado por el Banco Central Europeo (BCE) después de la tibieza inicial de Christine Lagarde. Un recurso a largo insuficiente si no se refuerza con alguna de las fórmulas puestas sobre la mesa por Francia, España e Italia –deuda sindicada, eurobonos–, preferibles siempre a recurrir solo a los 410.000 millones del Mecanismo Europeo de Estabilidad (MEDE), que debiera entenderse como un instrumento complementario. Es sabido que los países del norte, salvo sorpresa mayúscula, difícilmente aceptarán la sindicación, por lo que resulta difícil pensar que dará resultados posponer dos semanas una decisión con poco margen para la sorpresa.

De hecho, los países europeos se encuentran en una situación similar a la del 2010, cuando se impuso la austeridad y se retrasó la recuperación económica. Como entonces, los países del norte no quieren mancomunar su deuda con los del sur y creen suficiente levantar los límites del déficit para que todo el mundo salga adelante. En realidad, lo que sostuvieron en el Consejo Europeo los jefes de Gobierno más reticentes sin decirlo abiertamente es que cada palo aguante su vela y que cada Estado responda a la crisis con sus propios medios si se agrava la situación, algo que de momento no debería suceder, al menos a corto plazo, por la actuación del BCE, que ya ha rebajado los costes de financiación de Italia y otros países.