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Frágiles y sacudidos ante la pandemia

Las fuertes medidas de los estados y los bancos centrales no logran poner fin a las caídas de los mercados

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zentauroepp52875847 opinion200321140024 / LEONARD BEARD

Joan Tapia

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Los españoles y muchos europeos llevan ya una semana de confinamiento, por ahora no dramático, pero si enojoso y disruptivo. Observan cómo sus gobiernos afirman que la medida servirá para vencer a la pandemia, pero nadie sabe cuánto durará. Muchos saltarían de alegría si solo fueran las dos semanas iniciales, pero Macron ya ha dicho que seguramente se prolongarán. Y los ciudadanos, temerosos, y por eso disciplinados, están cada día más angustiados. ¿Provocará el coronavirus una recesión económica tan fuerte o más que la crisis del 2008?

Las decisiones de los gobiernos y los bancos centrales no acaban de tranquilizarles. Sí, se recurre a más gasto social y se intenta evitar el disparo del paro y que el desempleo perjudique lo menos posible a los ingresos de los afectados. Y que las empresas no tengan que cerrar por la paralización de las ventas. Alemania, Francia, Italia y España recurren al gasto público. Cuando la economía se para por orden de los gobiernos que -muy atinadamente- priorizan la salud pública, no hay otro remedio que revisitar a Keynes, el economista británico fallecido en 1946 que prescribió las medicinas para superar la gran depresión de 1929.

Pero ¿será suficiente? Algunos , y diversos, como Felipe González, el primer ministro italiano Giuseppe Conte -surgido de la nada, que sorprende por su decisión- o el gobernador del Banco de España, Hernández de Cos, sostienen abiertamente y con razón que el keynesianismo de los estados no basta. Que hace falta un keynesianismo europeo -más allá de la flexibilización de las normas fiscales- que haga actuar al MEDE, el Fondo Europeo de Estabilidad, sobre el que deciden los estados (no Bruselas), e inyecte directamente hasta 500.000 millones. Pero Europa no es un estado sino un club de estados que requiere una gran mayoría o la unanimidad.

Otros, vinculados al mundo empresarial, creen que medidas como las de Pedro Sánchez están bien, pero que muchas empresas -especialmente pymes- optarán por una moratoria de pagos unilateral. Primero, respirar, luego… lo que sea. Reclaman -la patronal catalana lo ha hecho con verbo tecnocrático- la moratoria de impuestos y cotizaciones sociales.

Y los mercados, la suma de los ahorradores de todo el mundo, siguen a la baja. No tienen confianza y corren a por la liquidez. La vieja Europa -tan orgullosa de la cultura de la Ilustración, los derechos humanos y el Estado del Bienestar- se siente frágil. Merkel, en su primera alocución televisada (excluidas las navideñas) en sus 14 años de gobierno, ha dicho con laconismo: “El coronavirus está cambiando la vida de forma dramática, nuestras ideas de normalidad e interacción social están siendo puestas a prueba como nunca desde el fin de la guerra mundial en 1945…Esto es serio, tómenselo en serio”.

El miedo a que la paralización generada por el coronavirus conduzca a una crisis como la del 2008 domina el mundo político y económico

Si, fragilidad de los ciudadanos confinados, fragilidad también de los estados que quieren atajar la pandemia y el desastre económico subsecuente pero no acaban de saber como hacerlo. Al final el coronavirus será vencido. Pero flota el miedo a que a corto plazo (a largo todos muertos, decía Keynes) sea una jaculatoria como la que muchos judíos del mundo repitieron durante años: ¡el año que viene en Jerusalén!

La incertidumbre también se debe a que los bancos centrales -los sumos sacerdotes de las economías postindustriales- toman decisiones de gran calado y poco después las tienen que rectificar. El jueves 12 de marzo el BCE -el único poder supranacional europeo- dijo que pondría 120.000 millones suplementarios de créditos para zanjar la crisis y que la misión del BCE no era vigilar los 'spreads' (diferencia de tipos de interés entre los distintos bonos estatales). Ocho días después -el miércoles 18 y con nocturnidad- el BCE ha tenido que añadir 750.000 millones más y ha dicho que sí le importan las diferencias de tipos de interés entre Alemania e Italia (o España).

El BCE rectifica. Quiere actuar con la misma contundencia que Mario Draghi en el 2012 cuando enmendó a Jean Claude Trichet (su antecesor en el BCE) y salvó el euro. Y ha convencido con rapidez a los mercados de bonos, pero no tanto a los de acciones que -tras reaccionar al alza- el viernes volvieron a caer en Wall Street. El llamado índice del miedo, que estaba en 11 a primeros de año, está ahora en 65.

La seguridad de un mundo que se creía dueño y señor está sacudida por una pandemia. Como en 1348 -cuando renacían la ciudades- con la peste negra. La diferencia es que hoy los países están más trabados y los gobiernos más legitimados y capacitados. Tenemos fundadas razones para creerlo.