Análisis
'Second life' por decreto
¿Cómo encontraremos el mundo cuando volvamos de nuestro confinamiento? Algunos indicios son agridulces
Albert Sáez
Director de EL PERIÓDICO
Soy periodista. Ahora en EL PERIÓDICO. También doy clases en la Facultat de Comunicació Blanquerna de la Universitat Ramon Llull.
En el año 2003, en la primera ola digital, provocó una gran sensación la aparición de<em> Second Life</em> que se presentó como la primera comunidad virtual que permitía a sus usuarios vivir una doble vida en la que podían elegir una nueva identidad para relacionarse en un entorno típicamente cibernético. Agotado el debate ético entorno a la propuesta pasó a ocupar un lugar residual aunque aún es posible integrarse en el experimento. Sus creadores nunca imaginaron que un decreto de declaración del estado de alarma en España haría realidad su sueño. Desde hace una semana, la mayoría de nosotros hemos desaparecido del mundo físico y anidamos en una realidad virtual. La calle solo alberga a los superhéroes del momento: sanitarios, limpiadores, empleados de supermercados, fuerzas del orden, paseadores de perros y los que están condenados a jugarse la vida sin poder teletrabajar. Nos han decretado que mantengamos "distancia social". De manera que todo lo que podemos lo hacemos a distancia: trabajar, estudiar, reunirnos, divertirnos, informarnos, discutir, debatir, llorar y reír. Una experiencia inédita, auténticamente histórica, porque habrá un antes y un después de este confinamiento y así lo señalaremos, nuestros recuerdos pasarán a ordenarse a partir de esta fecha como los de nuestros abuelos se alineaban en relación a la guerra.
La realidad virtual es paradójica en sí misma porque aúna conceptos antagónicos. Hasta la llegada de la vida digital, lo real se oponía a lo virtual, de la misma manera que el aislamiento era contrario a la conexión y el confinamiento a la solidaridad. La realidad virtual, a la manera de Second Life. La pandemia del coronavirus responde al espíritu de este tiempo en el que el narcisismo nos permite disfrazar de solidaridad a nuestro miedo egoísta. Nos confinamos para no contaminar(nos). El reflexivo se cae en la realidad virtual.
Este confinamiento nos regala también tiempo para la reflexión: ¿Cómo encontraremos el mundo cuando volvamos? Algunos indicios son agridulces. Dejar de hacer cosas que parecían imprescindibles comporta que se conviertan en innecesarias. Desde ir a clase hasta multiplicar las reuniones pasando por los eventos, las gestiones o incluso los afectos. Cuando volvamos el mundo será muy diferente, los grandes cambios se producen en las grandes crisis. El mundo al que volvamos será más virtual, lo cual quiere decir más digital. Esa transformación largamente larvada será realidad de la noche a la mañana, de manera que nuestra futura "first life" se parecerá a esta segunda que estamos experimentando en nuestro confinamiento. También será un mundo más policial.
Y el gran tema en esa realidad virtual es, de nuevo, el trabajo, el gran artefacto de la revolución industrial para repartir la riqueza. ¿Vamos a cobrar el sueldo a final de mes? Esa es la zozobra que nos asalta. Con las tiendas cerradas, las fábricas paradas y los servicios hibernados, las empresas no van a tener ingresos. El Gobierno les ofrece avales, pero en realidad lo que necesitan es una renta básica universal de dos meses. Una realidad nada virtual.
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