Quedarse en casa
¿La bolsa o la vida?
Cuando suena la alarma la bolsa es siempre la primera en salir por piernas, y a la vida, sola, no le queda más remedio que reafirmarse, crecerse en el peligro y hacerse fuerte hasta lo indecible
Josep Maria Pou
Actor y director teatral
Josep Maria Pou
¿La bolsa o la vida? Sin duda alguna, la vida. Siempre la vida. Por dura, incomprensible e insoportable que nos parezca. La vida. Y si para preservarla, hay que encerrarse bajo siete llaves, benditos sean cerrojos y candados. Ya habrá tiempo para la bolsa. Salir corriendo ahora tras ella intentando dar alcance a quien nos pone la pistola en el pecho supone arriesgar la propia vida en el empeño. Y eso no es sensato. Primero, la vida. La bolsa, a su tiempo.
Porque aunque a una y otra, lo sabemos, les resulta imposible vivir por separado, cuando suena la alarma la bolsa es siempre la primera en salir por piernas, y a la vida, sola, no le queda más remedio que reafirmarse, crecerse en el peligro y hacerse fuerte hasta lo indecible. Por eso se reinventa y fabrica su propia defensa: en este caso, frenando en seco y haciéndonos saltar por los aires para, tras el porrazo, obligarnos a valorar, reflexionar y hacer balance. Para ello, generosa, nos regala tiempo. Nos confina en casa y nos pone delante un espejo para que contemplemos como, tan a menudo, nos engañamos a nosotros mismos con falsas y absurdas prioridades.
Un estupendo actor ya desaparecido, Antonio Gamero, compañero de muchos rodajes, hizo popular entre las gentes de mi gremio y en épocas de trabajo escaso, la siguiente frase: “¡Como fuera de casa, en ningún sitio!”. En ella resumía su deseo de trabajo continuado y su miedo al demonio del paro que le dejaba varado en casa. De estar aquí ahora, sería el primero en rectificarse y gritar, con esa voz suya tan cascada, temblándole el labio bajo el bigote y bien abiertos los ojos en sus características gafas de concha: “¡No me hagáis ni puto caso, no seáis gilipollas, y encerraros corriendo: como en casa, en ningún sitio!”.
Ahora en casa, sí. Pero llegada la liberación, vencido el virus, todos a la calle a por hilo y aguja para el zurcido que necesitará el inmenso siete de nuestra bolsa. Tan juntos entonces como ahora. O más. Convencidos de que, tras este desgarro, ya nada volverá a ser lo mismo.
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