El valor de los servicios públicos

Descosidos

El coronavirus hace ahora su particular test de estrés sobre nuestro sistema de protección social y muestra sus virtudes. Permite constatar el cobijo que da hoy en Europa el Estado del bienestar en comparación con EEUU y China

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Guillem López Casasnovas

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La solvencia de un sistema se demuestra cuando un factor externo lo pone a prueba, a la vista de cómo reacciona. El coronavirus hace ahora su particular test de estrés sobre nuestro sistema de protección social. Es cuando se ve la capacidad de respuesta de este y muestra sus virtudes, particularmente si se lo compara con otros sistemas. Permite constatar el cobijo que da hoy en Europa el Estado del bienestar en comparación con EEUU, y no digamos ya respecto con países que lo desprecian, como China. Así, aquí el sector sanitario responde con profesionales públicos que no se esconden, a pesar de las tasas de contagio en la primera línea, como se garantiza la logística bajo responsabilidad administrativa, sustraída del mercado (embargando si es necesario, como en <strong>Francia</strong>), con pruebas para todos sin tasas que frenen su uso y propaguen más los contagios, con tratamientos médicos sin condicionantes económicos, y con bajas de enfermedad cubiertas por prestaciones sociales. ¿Se imaginan la situación en los sistemas sanitarios privados? ¿Quién se preocupa de los suministros? ¿Qué pasa si no se puede pagar el test ? ¿Cómo te las arreglas si tienes que hacer cuarentena -cuando día que no trabajas, día que no comes como en el caso de los simpapeles y muchos autónomos- y tienes que esperar del altruismo un tratamiento?

Los descosidos del sistema público

Reconocido lo anterior, nuestro sistema tiene descosidos. El presupuesto sanitario público, bajo el lastre de la financiación, no permite márgenes de actuación rápida y adaptables a las circunstancias, la infrafinanciación no permite trabajar sobre reservas -tampoco el cortoplacismo presupuestario ayuda-, y la conciliación laboral y familiar dificulta actuaciones preventivas. No conseguir que toda la ciudadanía se implique con la demanda de mayor capacidad de decisión propia es quizá el peor fracaso de nuestros dirigentes.

El valor de los servicios públicos lo prueba también hoy el debate sobre el futuro de la educación. La insuficiencia de recursos de la escuela concertada es tan notoria como inaceptable su no gratuidad, o visto lo inasumible que es, en el marco actual, la compensación requerida. Combatir la segregación escolar debe hacernos fuertes como país, pero sin engañarnos: la económica no es la razón principal ni se acabará previsiblemente con más financiación. Pero la desigualdad que puede continuar encubriendo la concertación es un mal mucho menor para la cohesión social respecto a la dualidad público/privado que puede provocar la polarización en la escuela, de 'o estás conmigo o estás contra mí'.

Todo esto viene a raíz de la importancia de contar con buenos estudiosos y analistas de la actividad pública al servicio de los ciudadanos, de mostrar que hay vida inteligente fuera del sector privado. Este es otro descosido de nuestro sistema: más de la mitad de la renta y riqueza del país viene interferida por la mano visible de las instituciones públicas y, aun así, buena parte del talento de nuestros jóvenes se orienta hacia el estudio de la prestancia de la mano invisible de la asignación privada. Y eso cuando tenemos pruebas evidentes de la importancia social de la primera respecto de la segunda con la precariedad de la economía en su conjunto y la fragilidad de los mercados en los embates de una crisis vírica.