al contado

De las brujas a Trump y el coronavirus

Con la globalización el pánico y la euforia se propagan con mucha más velocidad que la racionalidad

Una mujer con mascarilla protectora pasa frente a un cartel que muestra el índice Nikkei

Una mujer con mascarilla protectora pasa frente a un cartel que muestra el índice Nikkei / periodico

Agustí Sala

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En el 2018 durante una entrevista con EL PERIÓDICO, el prestigioso historiador y profesor de de Stanford y de Harvard, Niall Ferguson, contaba que "cuando se crea una red de comunicación, las 'fake news' viajan más rápido y más lejos que las verdades. Pero no es una novedad porque en el siglo XVI y XVII la imprenta permitió a todo el mundo leer la Biblia, pero a la vez también permitió que hubiera más creencia en las brujas y la brujería".

No es que en la actualidad nos encontremos ante una catarata de mentiras (no todo lo son), pero sí ante una acelaración de la información, de la veraz, pero especialmente la dudosa. Y es que la velocidad a la que se propagan los bulos es muy superior a la que discurre la verdad, generalmente menos atractiva o sexy. Los primeros viajan en Ferrari y las segundas, a pie. 

La globalización propaga con enorme celeridad no solo las noticias sino las desgracias y, como estamos viendo, los virus. En los últimos meses, uno de los riesgos mayores a los que se enfrentaba la economía mundial estaba bien identificado: el presidente de EEUU, Donald Trump. El líder de la primera potencia mundial inició una guerra comercial con China que hacía temblar los cimientos de todas las economías.

Con el tiempo se fueron calmando las aguas. Hubo un primer acuerdo que generó una cierta distensión. Todo ello se reflejó en las bolsas, que recuperaron niveles atractivos. Pero en estas que llegó el coronavirus. Otro elemento de inquietud. Primero se vio como algo lejano. De hecho parecía circunscrito a una provincia china, la de Hubei, cuya capital, Wuhan, es donde surgió la enfermedad.

Pero una vez aterrizado en <strong>Europa</strong> llegaron los nervios, pese a las declaraciones de las autoridades sanitarias de que se trata de una enfermedad con un bajo índice de mortalidad, aunque sí con una elevada tasa de contagio. Y ahí está la clave: el temor a lo desconocido que, si nos ponemos antropólogos, provocó entre otras cosas el nacimiento de las religiones. Las <strong>bolsas</strong> se han puesto en modo crisis, con un descenso semanal que nos recuerda aquellas negras sesiones vividas durante el inicio de la debacle financiera del 2008.

En este contexto me viene a la memoria el clásico de Charles P. Kindleberger 'Manías, pánicos y cracks'. Los mercados suelen sobrerreaccionar, con euforia cuando hay buenas noticias (o lo parecen) y con mucho temor cuando reina la incertidumbre. Y eso es lo que está sucediendo. El dinero es temeroso y el miedo a lo desconocido, como sucede con la euforia, se propaga, como un virus, con mucha más velocidad que la racionalidad.