Epidemia global de histeria

Una pareja con mascarillas para protegerse del coronavirus en Beijing, China

Una pareja con mascarillas para protegerse del coronavirus en Beijing, China / periodico

RAMÖN LOBO

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El coronavirus, más allá de su gravedad médica -mata de momento al 2,3% de los infectados; al 14,8% si son mayores de 80 años-- se ha transformado en una histeria colectiva que afecta a las Bolsas y a la economía productiva. Se ha aprovechado de los canales de 'fake news' y de la política espectáculo, y de una ciudadanía inerme, sin capacidad de distinguir una noticia de un bulo. En un primer momento alentó actos de racismo contra ciudadanos chinos hasta que el virus democratizó un problema que nos afecta a todos. En este caso, el paciente cero, el gran propagador es la estupidez.

Vivimos en una sociedad líquida, en expresión de Zygmunt Bauman, que sitúa en el mismo plano el discurso de los creacionistas, los antivacunas y los negacionistas del cambio climático con el de intelectuales y científicos de prestigio. Dejaron de importar los hechos, solo valen las selfis, ser alguien en las redes sociales. Se han dado casos de personas que se autorretratan con mascarilla, y periodistas que aparecen en las conexiones en directo en sus televisiones como si estuvieran en medio de una epidemia de ébola.

Las autoridades no saben si sumarse a la corriente y ordenar la cuarentena de pueblos, como ha sucedido en Italia, o tratar de mantener la calma, decir a su población que el coronavirus mata menos que la gripe común. Son necesarias precauciones de higiene y en caso de duda, contactar con un hospital. En Japón acaban de ordenar el cierre de colegios, teatros y salas de conciertos. Ningún Gobierno quiere quedar como el que no hizo suficiente.

No ayudan las autoridades de Irán, que parece ser el segundo país más afectado. Han calcado el esquema del derribo de avión ucraniano. Negaron el asunto, trivializaron el virus, y después ordenaron el cierre de templos en el día de oración. Alguna jerarquía religiosa se ha ofendido porque a su entender los lugares de culto ya están protegidos por dios. Tampoco ayudan Donald Trump y su claqué, que atacó a los demócratas por exagerar los riesgos con el fin de debilitar al Gobierno. Ahora acaba de situar a su vicepresidente Mike Pence, un ultra religioso, al frente de la respuesta de EEUU. Aún no sabemos si es bueno o malo. 

El cuento de la lechera

La clausura de Wuhan, la ciudad china de 11 millones de habitantes en la que surgió el primer brote, afectará al PIB nacional y a las empresas extranjeras que fabrican productos en China aprovechándose de una mano de obra barata y de la inexistencia de sindicatos. Esta alerta ha mostrado la fragilidad de una economía tan globalizada. Un parón en la fábrica de embragues de un país paraliza de inmediato el montaje de automóviles a miles de kilómetros de distancia. El cuento de la lechera tiene pies de barro.

Los economistas advierten de que esta ola de pánico --que cancela eventos como el World Mobile Congress en Barcelona o el Carnaval de Venecia, que no cerró en la peste de 1300, y prohíbe viajes-- puede provocar una crisis económica mundial similar a la de 2008, que liquidó millones de empleos y unos cuantos derechos, y de la que no hemos terminado de salir.

El exceso de información no contrastada que fluye por las redes sociales y llena las tertulias y programas de entretenimiento ha creado una bola difícil de parar. Se ha puesto en marcha un mecanismo de desconfianza generalizada. Están en duda la celebración eventos tan importantes como los Juegos Olímpicos de Tokio y las procesiones de Semana Santa en España. El impacto en el turismo puede ser demoledor.

Pekín aprendió de sus errores en el manejo de la crisis del SARS, en 2003, y tras algunas dudas en las que primó la censura, ha reaccionado bien. Sirvió de aviso lo ocurrido en Chernóbil en abril de 1986, y las consecuencias que tuvieron la ineptitud de las autoridades y sus mentiras en el hundimiento de la URSS. ¿Qué pasará cuando el virus llegue a países sin recursos? En Afganistán, zona de guerra, se ha confirmado un primer caso en la provincia de Herat, limítrofe con Irán. Kabul cuenta con un laboratorio para hacer frente a una posible epidemia.

El cierre de fronteras es una medida inútil, pues empiezan a surgir casos que no han estado en contacto con las zonas de riesgo. El coronavirus pudiera servir de preparación para respuestas globales y coordinadas contra otras amenazas más letales, como la emergencia climática, negada desde los intereses económicos cortoplacistas que son los que provocan las crisis que pagamos todos. Bueno, todos no; solo el 99%, que el 1% más rico se siente inmune a todas las calamidades.