Polémica en el Parlament

En defensa propia

La alcaldesa de Vic no parecía consciente de la xenofobia de sus palabras cuandó se refirió al «aspecto» catalán

Rosa Ribas

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

Si puedo elegir, a los racistas los prefiero declarados porque eso te ahorra muchos disgustos y desilusiones. No quiero decir con esto que sienta la menor simpatía por tales individuos. En absoluto. Pero es que cuando se anuncian con voces y aspavientos los ves venir de cara y sabes de qué van en sus lastimosas existencias. Reconozco que me asusta esta gente tan cargada de odio; me asusta su agresividad, su disposición a la violencia, verbal o física, por más que a veces hasta parezca que tienen su corazoncito cuando, tras soltar su última carga de odio, se ofenden si como respuesta los llaman ‘xenófobos’ o ‘supremacistas'.

Pero los que de verdad me dan miedo son los racistas que parecen no ser del todo conscientes de serlo. Esos que, aunque albergan una íntima convicción de pertenecer a algo (llámenlo raza, pueblo o cultura) superior, no lo manifiestan abiertamente. Quizá porque en el fondo, en algún lugar de su mente, hay un punto de luz (a veces más pequeño que una cerilla en un pozo) que les sugiere que eso es deleznable.

Son personas que se creen representantes y defensoras de una noble causa, lo que, por lo visto, justifica que sean capaces de abrir la boca para soltar auténticos disparates sin vacilaciones, como recientemente ha hecho <strong>Anna Erra</strong>, la alcaldesa de Vic, en la sesión de control del Govern al decir que “hay que poner fin a la costumbre de hablar en castellano a cualquier persona que por su aspecto físico o por su nombre no parece catalana”, convencida de estar con ello defendiendo la lengua catalana. Mientras unos hemos ido a mirarnos al espejo en busca de esos evidentes rasgos faciales que supuestamente nos identifican como auténticos catalanes, me imagino a esta señora preguntándose qué ha hecho mal, a qué vienen las reacciones de estupor y rechazo. Y eso es lo que me parece grave, que no parecía consciente de la xenofobia que contenían sus palabras.

¿Saben que pienso? Que es de justicia poética que precisamente la lengua la que le haya jugado una mala pasada.

Como lo hace con todos aquellos que creen que no se les nota el racismo cuando camuflan su sentimiento de superioridad en diminutivos y dicen ‘negrito’ o ‘morenito’ y no ‘negro’. Los diminutivos, tan dulces, tan tiernos, tan simpáticos ellos. Tan de buenas personas. Pero los diminutivos no son tan dóciles como ellos piensan.

La lengua nos ofrece muchos recursos entre los que escoger para expresarnos. La elección no es neutra. La palabra elegida, el orden, el tono dicen mucho más de lo que creemos y en ocasiones dejan aflorar lo que realmente pensamos y creíamos estar ocultando. Sabemos que el lenguaje es también manipulable; pero esa manipulación es un arma de doble filo, que requiere dominio e inteligencia.

En el caso de la alcaldesa de Vic sus propias palabras la han puesto en evidencia. Y me gustaría creer que ha sido la propia lengua, harta de estar en manos de esos valedores tan desagradables, a los que el aliento les huele a racismo, la que ha actuado en defensa propia.