COLECTIVOS

El racismo entre vecinos se duplica en Catalunya

Lo ha asegurado SOS Racismo, que lamenta que este año han atendido un 30% menos de personas discriminadas

manifestación contra el racismo

manifestación contra el racismo / periodico

Elisenda Colell/ Alba Jaumendreu

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Los insultos, peleas y actos de discriminación por motivos racistas entre vecinos se duplicaron en Catalunya el año pasado respecto 2017 teniendo en cuenta el servicio de atención a la víctima que ofrece Sos Racismo des de hace 10 años. No obstante, el conjunto de denuncias que ha recibido esta entidad por racismo (ya sea entre particulares, institucional o de otro tipo) disminuyó en 30% desafortunadamente porque muchas víctimas no confían en que la justicia o el activismo les aporte ninguna solución. En total, 151 personas han notificado haber sido discriminadas por el hecho de ser de un origen distinto al español. "No llegamos al 10% de todo el racismo que se da en nuestra sociedad", ha alertado la portavoz de la entidad, Alba Cuevas en rueda de prensa.

Los actos racistas registrados en 2018 entre vecinos fueron la principal denuncia registrada. Se atendieron 55 casos, cuando en el 2017 eran solo 21. Se trata de insultos, peleas o incluso agresiones entre personas que conviven en un mismo espacio. Pero la entidad sospecha que hay muchísimo racismo más de este tipo no se denuncia. "La gente ha normalizado la discriminación", ha explicado la portavoz, Alba Cuevas. "Las víctimas no quieren empezar un proceso judicial, y si lo hacen, sentencia en mano, a veces no sirve de nada", ha mantenido. 

Apostar por planes de integración en los barrios

La entidad ha alertado de la necesidad de elaborar planes de abordaje dentro de las comunidades de vecinos con fondos públicos. "En muchos barrios se están generando situaciones complejas, vecinos que compiten por becas comedor, pisos sociales o otras ayudas", ha dicho la portavoz. Y todo ello, sumado a un discurso de la ultaderecha, que "ha cogido fuerza estos últimos meses", ha explicado. La única solución que exponen, los planes de integración comunitaria, que permiten prevenir y evitar la discriminación cuando surge un conflicto, y a la vez, reparan mucho más a la víctima. Un ejemplo, lo que le pasó a una mujer de piel negra en un supermercado al ver que el vigilante de la franquicia no dejaba de seguirle constantemente. Con la intervención de la entidad, y ante la negativa del empleado de pedir perdón, la empresa acabó echándolo de su lugar de trabajo. 

Una justicia que no está preparada

Si atendemos en el conjunto de víctimas de racismo atendidas por  esta entidad, solo en el 48% han decidido iniciado un proceso judicial. "La justicia esta pensada para blancos, faltan mecanismos para poder denunciar, especialmente porque ni los jueces ni los fiscales están sensibilizados", ha criticado el experto y jurista Karlos Castilla. Y es que, la entidad hace más de diez años que viene reportando que es muy difícil lograr un acompañamiento de las víctimas inmigrantes que sufren discriminación. Especialmente, han comentado, en el caso de acoso o discriminación de perfil étnico por parte de los cuerpos de seguridad. Una lucha, de David contra Goliat, que los inmigrantes prefieren no seguir librando.

Tampoco lo está la administración. Hay sanciones de la Generalidad que permiten imponer multas contra la discriminación a la hora de alquilar un piso, denegar la entrada en locales de ocio. "No se está aplicando, ninguna administración mueve un dedo ni aplica estas normas", dice SOS Racismo.

Los menores no acompañados

La portavoz de SOS Racisme también ha insistido en una mayor protección por parte de la Generalitat para atender a los menores migrantes no acompañados que año tras año no dejan de llegar a Catalunya buscando oportunidades. Han acusado la Generalitat de practicar "racismo institucional", al haber desarrollado un sistema paralelo de atención a los menores en los centros tutelados. Es decir, que atiendan los niños inmigrantes por un lado, y los autóctonos por otro. Más allá de las agresiones físicas y verbales en el entorno de los centros de la DGAIA, SOS Racisme se plantea que hay que poder ofrecer formación y trabajo a estos jóvenes a partir de los 18 años. "Si no se actúa desde todas las 'conselleries', los próximos años tendremos una fuerte fractura social", ha lamentado Cuevas. Básicamente porque muchos jóvenes salen sin papeles ni permiso de trabajo de estos centros de menores.

Las discotecas y locales de ocio, más denunciados

Sin embargo, Sos Racisme también ve un espacio para la esperanza. Uno de los tipos de denuncia que también ha crecido es el que se produce en los accesos a servicios privados, especialmente discotecas y demás locales de ocio. De 16 denuncias en el 2017 se ha pasado a 22 en el 2018. "Hace 10 años eran solo un 4%, ahora ya estamos en el 15%", ha apuntado el activista Cheikh Drame. Esto se debe, según Drame, a una mayor campaña de sensibilización. "Antes te decían que no entrabas y te ibas de la cola indignado y lleno de rabia; ahora la gente pide la hoja de reclamaciones y empiezan a aflorar más denuncias", ha relatado.

"Con este pelo no entras"

Dembo Diaby es un joven catalán de padres senegaleses que escogieron Catalunya como su tierra de oportunidades. Él nació aquí, estudió aquí y ahora, a sus 22 años estudia para ser cineasta. Sin embargo, a diferencia de sus compañeros de escuela, él se ha tenido que acostumbrar a salir siempre de fiesta con "un plan B". El motivo, es probable que le echen del local, o más bien, no le dejen entrar. Son varias las veces que le ha pasado. Una sensación que le dá para pensar, para sentirse excluido de la sociedad.

"A veces te dicen que las zapatillas no son apropiadas, otras que no estas en la lista cuando estoy dispuesto a pagar... excusas, porque luego ves a gente que pasa pagando o con ropa muy similar a la mía y no les dicen nada", explica Dembo. El motivo, en realidad, es otro. "No quieren a gente de color negra en algunas discotecas, otras tienen una cuota, y si hay demasiados pues yo no entro", afirma. Especialmente le ha pasado en la zona del Port Olímpic o Ciutat Vella, en Barcelona. Un día, explica, simuló que era el novio de una amiga suya. Tubo que fingirlo para poder entrar. Otras, el portero le mira, le remira, le para, le tiene un rato esperando y al final acaba asintiendo. "De cada 10 veces que salgo de fiesta, cuatro tengo problemas", cuenta el joven

Como tantos otros jóvenes, Dembo se ha acostumbrado a este veto. Sus amigos se niegan a entrar, y se van todos al local que saben que podrán entrar. Hasta que un día se hartó. 

Era en enero, una amiga suya cumplía años, y le dijo de ir a la discoteca Clasic de Mataró. "Yo ya sabía que no iba a entrar, no me apetecía ir para nada, pero al final ella me convenció", asegura. Y a las puertas del local, una vez más, lo volvió a oír. "Tu peinado no es adecuado, no entras", le espetó el portero. Dembo tiene el pelo muy corto, y lo poco que se le ve es ligeramente rizado, denso y agarrotado. "Sabía perfectamente que era mi piel, no el pelo". Lo denunció por las redes sociales, y con Sos Racismo ha interpuesto una denuncia en los juzgados. 

Él cree que no va a servir de mucho, pero la rabia y la impotencia era tanta que no se podía quedar de brazos cruzados. "Como mucho lograremos una multa, que para ellos es ínfima", lamenta el joven. Así que su estrategia se basa ahora en recoger firmas, y contar historias como la suya en un film. 

Estas situaciones, explica Dembo, le generan algunos problemas de identidad. "Es como te dijeran, no te quiero, no eres de aquí", lamenta. Y se pregunta. "¿Entonces de dónde soy?". Cuenta, que el Senegal, el país de sus padres le gusta, pero no lo siente su casa. Sorprende pensar que eran sus progenitores, sus padres, quienes ya le avisaban que no le sería fácil. "Yo siempre les he dicho que tenemos amigos, que la multiculturalidad es importante, que soy feliz aquí y que soy capaz de hacer lo que pueda, y ellos me respondían el típico anda con cuidado, ya te lo encontrarás, no todo es tan bonito". Ahora lo entiende. Desgraciadamente.

Sin embargo, Dembo no se rinde. "Creo que el mundo, y las discotecas, molan más cuando hay gente diversa", expone. Y su lucha, a partir de ahora va a ser esta. "Un mundo de blancos que todos son iguales no tiene ninguna gracia, lo divertido es mezclarse, aprender, discutir... vivir la diferencia, no tenerle miedo".

"Se piensan que por ser marroquí no pagaré el alquiler"

Ser inmigrante y que se note, no es fácil. Llevar el velo, tener la piel oscura, o los ojos rasgados. Tener características físicas que te señalen como extranjero no es sencillo cuando se respalda la discriminación. Esto lo sabe muy bien Houda Oua-Adoud, una joven de 22 años que ha sentido en su propia piel el racismo.

Sus orígenes le han impedido poder acceder a un vivienda digna. En junio del año pasado Houda empezó a buscar un nuevo piso para ella y su familia –Padre, madre y dos hermanos de 11 y 14 años-, ya que seis meses después tendrían que marchar de su residencia. La joven se encontró con más dificultades de las que se pudiera haber imaginado. Del primer mes de búsqueda, pasó al siguiente y al siguiente, así hasta seis meses. El motivo, un tanto cruel, no es otro que el racismo.

Houda empezó a llamar a inmobiliarias. Trato cordial y una conversación fluida, pero llegaba el momento de identificarse: “Me llamo Houda”, entonces la reacción era: “Bueno… el propietario no quiere alquilarlo de momento, o lo siento el comercial no está aquí”.

La joven, con cierta perspicacia, decidió cambiar la estrategia: “Hola me llamo Sara, busco un piso para mí familia”, entonces, con un nombre español, el dialogo fluía, eso sí, hasta que tocaba ver el piso. El velo alertaba de su religión y todo eran excusas, asegura. “Una vez cuando llegué al piso y el propietario me identificó, decidió hacerme esperar al otro lado de la acera. En aquellos minutos vi como llamaba a una compañera, que subió al piso y se encerró. Cuando subimos a verlo hicieron ver que estaba lleno y no se podía entrar”.

Houda, que lo ha intentado todo para denunciar la discriminación, quiso poner a prueba a las inmobiliarias para desenmascarar el racismo. “Llamé a una inmobiliaria con mis datos reales, y me dijeron que el piso no se podía ver. Al cabo de dos minutos llamó mi amiga catalana y la citaron al cabo de media hora para ver el piso”. “Esto es racismo”, exclama.  

De hecho, Houda ha tenido que escuchar frases tan crueles como: “No quiero alquilarte el piso por ser marroquí”, y aunque no lo entienda sí que razona el porqué de esta discriminación. “En los medio de comunicación nunca escucho hablar de algo bueno sobre los marroquís. Solo hablan de nosotros si hay atentados, y los que hacen estas cosas no son musulmanes”.

“Presentaba todos los papeles, la renta, mis ingresos, los de mi padre, etc. Cumplíamos todos los requisitos, menos el de la religión”, cuenta con rabia y añade que “Se creen que por ser marroquí no pagaré el alquiler”. Ahora viven en un piso, aunque afirma “Estamos bien para no decir mal. Seguimos buscando algo mejor, porque encuentras lo que encuentras y el tiempo se te echa encima”. Houda, después de varias decepciones y mucha rabia, decidió ponerse en contacto con SOS Racisme. Ellos a su vez con las inmobiliarias, aunque sin respuestas alguna, y los ayuntamiento que “aunque de entrada te reciben bien, después la soluciones son ínfimas”.  

Houda no solo ha sufrido racismo cuando buscó piso, sino también para encontrar trabajo. Asegura que una cadena de supermercados le pidió que para trabajar se quitara el velo. Finalmente, su trabajo fue de tele operadora: “nadie me ve por el teléfono, y puedo ir como quiera”. También en el gimnasio, un día bajó la directora y le pidió que para hacer deporte allí se quitara el velo. Houda se negó y sigue yendo con él, “Yo pago mi cuota y puedo ir como quiera”.

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