Barcelona
Calles intocables
La avenida de la Meridiana y la calle de Aragó son dos de las últimas autopistas urbanas condenadas a desaparecer, el último legado de una concepción antigua de la ciudad
Recuerdo cuando de pequeña iba a Barcelona con mis padres. Entrábamos por la avenida de la Meridiana con el coche, a toda velocidad. Yo medio mareada por el cigarrillo de mi padre que lo llenaba todo de humo, porque antes se fumaba en los coches, aunque hubiera niños y no les gustara el olor a tabaco. Conducía él, mi madre a su lado y yo, sin cinturón, en la parte trasera pero de pie, cogida a los reposacabezas para no perderme ni un detalle. Así se viajaba en los 80.
A través de la ventanilla del coche observábamos los edificios altos con las ventanas pequeñas que enmarcaban aquella autopista e imaginábamos quién ocupaba esos pisos. En el coche siempre se repetía la misma frase: yo no viviría nunca aquí. Nosotros veníamos del pueblo, vivíamos en una casa con vistas a la montaña, nada que ver con aquel paisaje que me parecía tan gris.
Con los años, no solo pensé que vivir en Barcelona no estaba tan mal, sino que mi primer piso estaba justo al lado de la Meridiana. Cuando mis padres venían a verme no podían esconder la pena que les despertaba su hija. A veces mi madre no podía evitar soltar la misma frase que pronunciábamos años atrás en el coche: cómo podía vivir allí. Pero a mí me encantaba. Me parecía el piso más maravilloso del mundo, vivía en Barcelona y esto lo compensaba todo. Compensaba el ruido permanente de los coches, que las cortinas blancas se ennegrecieran constantemente y que en todo el piso hubiera una especie de polvo negro que seguramente también se acumulaba en mis pulmones.
No le daba importancia a todo esto. Incluso llegué a pensar, tenía 20 años y todo me parecía fantástico, que aquel aire contaminado me sentaba muy bien. Entonces yo todavía tenía coche, no había zona verde y aparcaba donde quería. A veces daba vueltas durante una hora para encontrar un sitio. Pero también esto me parecía normal.
Autopistas urbanas
La avenida de la Meridiana, como la calle de Aragó, eran las calles de los coches. Las calles intocables, imprescindibles para regular el <strong>tráfico</strong> de entrada y salida de la ciudad. Parecía imposible que alguien se planteara reducir los carriles de unas vías que siempre van llenas y donde siempre hay circulación.
Estas son dos de las últimas autopistas urbanas condenadas a desaparecer. Es el último legado de una concepción antigua de la ciudad. Cuando se planificaba pensando que lo más importante era que los coches llegaran en el menor tiempo posible a su destino.
Hacerlas desaparecer no será fácil. Posiblemente quitar coches de estas calles provocará, en un primer momento, mas congestión en los alrededores, pero no hay alternativa. Si no se resta espacio al coche, este lo seguirá ocupando.
La Meridiana ya tiene proyecto. Perderá dos carriles, uno por sentido. Lo que tendría que preocupar ahora de la reforma de esta avenida es que el verde que se pondrá, la aceras más anchas y la disminución de coches no encarezcan los precios de los pisos. Esto acostumbra a pasar en Barcelona. Lo que es bueno para los vecinos se convierte en malo para sus bolsillos. Esperemos que los barceloneses que se han tragado el humo durante años ahora puedan disfrutar de la mejor cara de su calle.
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