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Vox y la educación sexual

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Mikel Lejarza

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Aunque se nieguen a ir a los Goyas, que a Vox le interesa el audiovisual es evidente. De hecho su proposición estrella, el<strong> 'pin parental</strong>', es un término que proviene de la clave que ofrecen algunas plataformas a sus abonados para bloquear contenidos que puedan considerar inapropiados para los más pequeños del hogar. Copiando dicha denominación,  Vox exige a quienes quieran contar con su apoyo que se implante un sistema similar en las escuelas, para que los padres puedan vetar a su conveniencia determinados contenidos por considerarlos contrarios a sus ideas. Vamos, que como a alguien le dé por decir que no cree en la teoría de la evolución, sus hijos no deben conocer quién fue Darwin, no vaya a ser que el niño o niña se desvíe del camino recto.

Pero no es la idea de la evolución biológica lo que asusta a los de Vox, sino la educación sexual. Como en la edad media, a los de Vox les da miedo todo aquello que ofrece placer. Ya explicó Umberto Eco en 'El nombre de la rosa' que la risa era peligrosa. Pues imagínense qué opinarán Abascal y compañía de 'Sex education', una serie británica que diserta constantemente de sexo entre los jóvenes y lo hace además en clave de humor, al mismo tiempo que refleja situaciones en algunos casos dramáticas.

Creada por Laurie Nunn, fue estrenada a comienzos del 2019 en Netflix sin demasiado ruido promocional por su parte; pero poco a poco fue haciéndose con una base de fieles seguidores que la catalogaron como una de las grandes de la plataforma. Con el estreno de su segunda temporada, ha llegado el reconocimiento de su éxito en forma de una divertida y agresiva campaña de márketing solo al alcance de las series importantes. Trata sobre la vida de un estudiante de secundaria, torpe pero bonachón, que vive con su madre, que es terapeuta sexual. Junto a su amiga Maeve, en cada episodio van tratando de resolver los problemas de sus compañeros, y como siempre ocurre, descuidando los suyos propios.

En un primer vistazo parece una más de esas historias con tintes de culebrón hormonal protagonizadas por actores de más de 23 años interpretando a jóvenes que no llegan a los 18; pero se trata de una serie magníficamente producida, con guiños en cuanto a su puesta en escena que muestran la admiración de sus creadores por el cine de Wes Anderson o la televisión de Ryan Murphy. Y bajo la aparente frivolidad de las relaciones entre sus juveniles protagonistas, todas ellas con el sexo como epicentro, se esconden unos guiones atrevidos que se atreven a llamar a las cosas por su nombre y plantean problemas que existen y que rara vez aparecen citados en las edulcoradas ficciones dirigidas al público joven. Con Gillian Anderson ('Expediente X') en el papel de madre del protagonista, Asa Butterfield, la serie trata de sexo y en ocasiones lo muestra con naturalidad y sin morbo. Pero su principal virtud consiste en que sin ser un catálogo de ninguna ideología en concreto, muestra con inteligencia que mejor que prohibir, vetar u ocultar, también en el sexo, lo idóneo es hablar, dialogar y compartir los problemas para encontrar las mejores soluciones. Y 'Sex education' da que hablar.

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