Análisis
Una tregua incierta
Sería ingenuo pensar que las acometidas se pararán por este apretón de manos
Josep Lladós
Profesor de Economía de la UOC.
Josep Lladós
EEUU y China escenifican la firma de una tregua comercial no exenta de sombras y riesgos. El acuerdo, diseñado en varias etapas, compromete al gobierno chino a adquirir una cantidad equivalente a los 200.000 millones de dólares en productos y servicios estadounidenses y proteger la propiedad intelectual a cambio de una reducción parcial de aranceles y la cancelación de las nuevas medidas proteccionistas anunciadas a las exportaciones chinas.
Todo ello, envuelto en una llamada Fase I que difícilmente tendrá una continuidad plácida. La Administración Trump obtiene un éxito aparente en su política de mercantilismo bilateral a la vez que reúne argumentos para su reelección. A su vez, los estrategas de Pekín optan para enfriar un largo y corrosivo conflicto, ganando tiempo para expandir su influencia exterior y emprender reformas internas.
Una buena noticia que no debería ser menospreciada porque reduce uno de los elementos de incertidumbre que sombrean la economía internacional. Pero la realidad se empeña en mostrar las miserias de cada patio. En plena calma, los mercados reciben la buena nueva con espíritu contenido y una dosis generosa de escepticismo, conscientes de que lo perdido ya es irrecobrable.
La desconfianza se arraiga en diferentes ámbitos. Lo más importante es constatar la ineficacia del furor proteccionista a la hora hacer más equitativas las relaciones comerciales bilaterales. El déficit ha continuado prosperando, para que una parte apreciable del comercio actual es en servicios y productos intermedios. Encarecer importaciones no solo perjudica a los consumidores del país, también a las multinacionales estadounidenses con intereses económicos que se diluyen a lo largo de complejas cadenas de valor que inexorablemente pasan por el gigante asiático. Tampoco genera confianza el desplazamiento detectado de inversiones y comercio hacia países terceros, no afectados por las sanciones comerciales. Desde el inicio del conflicto, las cadenas de valor involucionan, siendo cada vez menos globales y recuperan contenido doméstico o regional, afectando a la distribución de las ganancias asociadas a la globalización. El pastel no se hace mucho más grande y cada vez cuesta más saborear una porción generosa.
Pero el aspecto que levanta más recelos probablemente sea el comportamiento futuro de los implicados en el pacto. Las peleas comerciales encubren una dura pugna por el liderazgo tecnológico, por lo que sería ingenuo creer que las acometidas se paren con esta apretón de manos. El comportamiento de la cotización del renminbi, nuevas denuncias de transferencia forzada de tecnología, el conflicto con Huawei, la batalla por el dominio del mercado de componentes electrónicos o de los minerales raros, la persistencia de los subsidios estatales o la evolución del saldo comercial dictarán la suerte del acuerdo y determinarán la viabilidad de la Fase II. Mientras tanto, cruzamos los dedos para que los compromisos de importación china no se alcancen a cargo de una desviación de comercio en detrimento de las economías no firmantes del acuerdo.
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