Acuerdo de mínimos

La Acción Paralela y la cumbre del clima

La cumbre de Madrid no ha sido un fracaso, es más bien una estafa disimulada con los parabienes de la buena intención

Ilustración de Leonard Beard

Ilustración de Leonard Beard / periodico

Josep Martí Blanch

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'El hombre sin atributos' (Robert Musil) se publicó en 1943. Es una novela inacabada, que lee poca gente, aunque los críticos la consideren uno de los mejores textos de la literatura moderna. La trama, al margen de la profundidad de los personajes, se sustenta sobre la Acción Paralela, un gran acontecimiento patriótico en Kakania (Imperio Austrohúngaro) que pretende crear una narrativa -relato, diríamos hoy- de revigorización del imperio, utilizando como excusa el aniversario de su emperador.

La organización de la Acción Paralela, que ha de ser lo nunca visto y ha de tener el efecto de una transfusión de sangre nueva en el cuerpo de Kakania, cuenta con decenas de participantes, a través de los cuales se organizan también centenares de colaboradores que piensan, opinan, escriben y preparan algo que nadie acaba de saber exactamente qué es. La Acción Paralela acaba siendo un objetivo por sí misma, una maraña en la que todo el mundo está involucrado pero sin atinar para qué. Y es que, detrás del enjambre de discursos, memorandos y programas, sencillamente no hay nada. Por eso mismo acaba siendo nada.

Musil anticipó con su Acción Paralela el esperpento de las cumbres climáticas del siglo XXI. Un teatro colosal al que los actores acuden habiendo generado previamente unas expectativas que saben de antemano que no van a cumplir. Bien porque no pueden, bien porque no quieren, o por ambas cosas a la vez. La cumbre del clima no ha sido un fracaso, es más bien una estafa disimulada con los parabienes de la buena intención y el combustible del entusiasmo baldío. Como la Acción Paralela de Musil.

Con China y la India negándose a sacrificar crecimiento, EEUU abandonando el Tratado de París y Rusia mirando hacia otro lado, puede hacerse una cumbre cada semana y el resultado va a ser el mismo. La voluntariosa Europa, al menos en el terreno del discurso, se aferra a la agenda climática para seguir siendo alguien en algo; pero ni las instituciones europeas, y tampoco los propios estados comunitarios, están en condiciones de subsanar la contradicción entre lo que supuestamente desean (escribimos 'supuestamente' adrede) y lo que hay que hacer para conseguirlo.

No hay Gobierno que pueda soportar los costes económicos de los compromisos ambientales que se plantean desde los lobis más activos contra el cambio climático (la industria ambientalista y también las oenegés). Así que tampoco se está dispuesto a hacer más de lo que queda dentro de estas dos fronteras: la de la estética, que es gratis; y la que fija el propio mercado, que va satisfaciendo los nuevos hábitos de consumo derivados de la concienciación social con el medioambiente a medida que se producen.

¿Y el apocalipsis programado para dentro de diez años? ¿Y las otras plagas bíblicas que pasado mañana van a acabar con la Tierra? ¿Por qué no hacen nada los políticos cuando todos los ciudadanos del mundo juntan sus voces para exigir medidas concretas?

Lamento comunicarles que las calles del mundo no son un clamor contra el cambio climático. Hay preocupación ciudadana en algunas partes del planeta, cierto. Incluso puede que mucha en algunos sitios. Pero de ahí a pensar que la humanidad entera no duerme pensando en el deshielo de Groenlandia media un abismo. Confundimos nuestra casa con el planeta.

Además no hace falta irse a China para comprobar que la agenda climática importa menos de lo que formalmente se confiesa. Basta con examinar los hábitos de consumo de cualquier persona de nuestra agenda. Una cosa es predicar, la otra dar trigo.

Doblez discursiva

La política es consciente de esa doblez discursiva de los votantes y por eso se limita a subir al carro del discurso, midiendo a la perfección los límites que le permiten, por un lado mostrarse formalmente al lado de los ciudadanos más comprometidos; y por el otro, evitar la necesidad de acometer reformas ambiciosas que generarían costes económicos y obligarían a un cambio de hábitos acelerado que los ciudadanos, mayoritariamente, no están dispuestos a hacer y menos a pagar.

El principal problema que impide que la lucha contra el cambio climático sea efectiva no son los negacionistas. La cuestión fundamental del fracaso está en la propia naturaleza humana y en que la virtud del sacrifico ha escaseado y escaseará siempre. ¿Y el planeta? Se irá viendo. Como hemos hecho siempre desde que habitamos por estos lares. Menos mal que para el mientras tanto Alejandro Sanz ha prometido que a partir de ahora todos sus conciertos tendrán cero emisiones. ¿Lo ven? La cumbre sí ha servido para algo.