Radiografía del auge ultra

Conocer a la extrema derecha para contrarrestarla

La única forma de competir con ellos es articular discursos que permitan volver a conectar con los ciudadanos y comunicarles un proyecto político con el que se puedan identificar e ilusionar

Ilustración de Monra

Ilustración de Monra / periodico

Berta Barbet

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

La famosa excepcionalidad española ha dejado de ser una realidad. Y lo ha hecho además en tiempo récord. Lo que el Frente Nacional (ahora Agrupación Nacional), el UKIP o la Liga Norte tardaron años en conseguir, Vox lo ha hecho en poco más de un año. Un fenómeno que tiene explicaciones sociológicas y políticas complejas, pero que probablemente también responde al poco uso del conocimiento generado en otros países sobre los efectos de las distintas estratégicas. Y es que en la última década hemos acumulado bastante conocimiento de este fenómeno que recorre Europa ya dejando como únicas excepciones Portugal e Irlanda.

Sabemos, por ejemplo, que la extrema derecha es un fenómeno que se nutre de la crisis política que se ha abierto en los últimos años en los países desarrollados. Una crisis que tiene sus raíces en los cambios sociales y económicos que han hecho perder cohesión a las coaliciones que sostenían a los partidos tradicionales y que han alejado a las élites de sus bases. Que se han aprovechado los consensos generados en los años previos en la crisis que habían dejado a ciertos sectores de población sin representación. Además, aunque las características de estos sectores dependen de la estructura del mercado y el Estado del bienestar del país, sabemos que se nutren especialmente de hombres de grupos no vulnerables, que económicamente se perciben en riesgo. Sectores que creen que sus condiciones de vida están empeorando.

Sabemos que han defendido distintas posiciones tanto en términos económicos como sociales dependiendo de los incentivos que les generaba el sistema: con algunos partidos virando hacía posiciones más favorables al Estado del bienestar mientras en otros se han mantenido en su rechazo a los impuestos. Y con partidos defendiendo posiciones conservadoras y de oposición al feminismo y la secularización, mientras otros han abrazado posiciones supuestamente progresistas que sirven como excusa para oponerse a la inmigración.

Desprecio a los principios democráticos

Sabemos que utilizan el desprecio a las instituciones y principios de la democracia liberal a los que culpan de la falta de respuesta a los problemas de los ciudadanos. También a las instituciones supranacionales y a los fenómenos migratorios a los que culpan de el empeoramiento de la vida de la ciudadanía. Generando nuevos campos de batalla en los que los actores creados a raíz de otros conflictos se encuentran incómodos. Una situación que ha acabado menoscabando el apoyo a los principios de apertura y pluralismo en la opinión pública en muchos países.

Sabemos, además, que a estos partidos les acostumbra a ir mejor cuando el conflicto y el énfasis se pone en los temas culturales e identitarios; y que sufren cuando el foco permanece en el conflicto económico. También que se benefician tanto de cambios en el comercio internacional y los niveles de inmigración como de cambios en los niveles de paro y empeoramiento de la situación económica no atribuibles directamente a la globalización.

Quizá más importante, sabemos que su aparición supone un reto para el funcionamiento del sistema que no es fácil de contrarrestar. Que saben utilizar la atención mediática para difundir sus mensajes y legitimar posiciones que hasta hace poco parecían indefendibles. Que han condicionado los debates de todos los actores en los países donde han aparecido. Que conectan con las emociones de muchos ciudadanos, especialmente el miedo y la ansiedad, mejor que otros actores. Sabemos que exponer y corregir sus mentiras no sirve para perjudicarles electoralmente. Que se sirven de la sensación de distancia con el discurso político para cuestionar las evidencias empíricas y debilitar las instituciones de diálogo e información. También que se aprovechan del debate altamente emocional, tensionado y de enfrentamiento con el pluralismo que imponen, haciendo imposible el debate de ideas.

Sabemos que no hay recetas mágicas para frenarlos. Que la única forma de poder competir con ellos es articular discursos que permitan volver a conectar con los ciudadanos y comunicarles un proyecto político con el que se puedan identificar e ilusionar.  Un mensaje que fortalezca nuestra democracia y convivencia, que no las ponga al servicio del espectáculo ni del ego de nadie.

Sabemos, en resumen, que suponen un reto para nuestras instituciones de raíces profundas y duraderas. Un reto que solo se puede enfocar desde el esfuerzo conjunto de muchas instituciones y actores. Un reto que no se superará sin un buen conocimiento del fenómeno ni un compromiso claro con sus soluciones.