Lenguaje y sexismo

Testosterona y golpes bajos

Si en el tránsito de la emoción (agresividad) a la práctica (violencia) ellos llegan a la meta con más frecuencia, es más culpa de la educación que de la hormona

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Silvia Cruz Lapeña

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Rambo es 'testosterónico'. Y Sylvester Stallone, el actor que lo interpreta. También la sociedad que critica 'Lo inevitable', obra de la compañía Dunacatà. Y James Bond, Schwarzenegger o Hollywood entero. La palabra se ha empezado a usar aquí este 2019 y aún no está en el diccionario, pero en Estados Unidos se emplea desde hace dos décadas. Por ejemplo, en artículos que analizan la imagen de grupos como Led Zeppelin: mano al paquete, letras sexistas o las fans como medida de su capital erótico.

Hace poco, 'testosterónico' pasó a la política cuando Gabriel Rufián se la dedicó a Pablo Iglesias para criticarle que pareciera darle igual repetir elecciones –y más tarde, a Pedro Sánchez por no cogerle el teléfono a Quim Torra-. Si a usted le parece que ese neologismo es despectivo, no se equivoca: más que una palabra es un arma arrojadiza. Lo demuestra el hecho de que parezca un término hermano de otro que empezó siendo un diagnóstico y acabó como un insulto: 'histérica'.

Lo malo de 'testosterónico' es que desvía el foco de lo social al individuo; de lo aprendido a la carne, el hueso y la sangre y de ese modo, parece que asumamos que la violencia masculina sea algo natural, inevitable. Una premio Pulitzer lo negó tajantemente: “Tampoco la capacidad de comportarse de manera agresiva o dominante requiere un sustrato hormonal”, explicó Natalie Angier en 'Mujer, una geografía íntima'. En las páginas de ese libro dedicado a conocer y celebrar el cuerpo femenino, la autora vino a decir que inmoral o ilegal puede ser un comportamiento, no un nivel hormonal. A la vez, recordó que la belicosidad no es exclusiva de los hombres y que si en el tránsito de la emoción (agresividad) a la práctica (violencia) ellos llegan a la meta con más frecuencia, es más culpa de la educación que de la testosterona.

Autodefensa

En esa formación se incluye la autodefensa. A nadie se le escapa que la diferencia entre el “defiéndete” dicho a los niños y el “no seas bruta” son solo unos testículos. Actuamos como si las mujeres no pudieran provocar sangre, solo dar leche. Y eso que Lady Macbeth (ficción) y las vikingas (Historia) hicieran las dos cosas con idéntica eficacia. Y así, reduciéndonos a útero y dulzura, la protección de la mujer dependió siempre del hombre –a veces, del mismo que la agrede, viola y mata– o de las fuerzas del orden.

Por eso dice Angier: “El cerebro es flexible” y nos recuerda que lo que hemos conseguido con una educación errónea se puede cambiar con una más justa. Empezamos a hacerlo y las leyes nos amparan, pero hasta que todos creamos en la igualdad –si tenemos en cuenta que en el 2018 las violaciones cometidas por menores aumentaron un 43%, parece que tardará– hace falta un equilibrio. ¿Y si pasara por decir a las niñas que su cuerpo es suyo y deben aprender a defenderlo? Con 49 muertas en 10 meses –más que en todo 2018– quizás urja más la autodefensa que acuñar palabras que solo valen como golpes bajos.

Además, la realidad de los cuerpos y los sexos ha cambiado. ¿Es hombre o mujer la persona con síndrome de Morris, conocido también como feminización testicular? ¿Y la de género fluido, término referido a la identidad, no a lo fisiológico? Por eso, 'testosterónico' es una patada a todas las entrepiernas aunque el impacto, como casi siempre, rebota en las mujeres.

Insulto o halago

Veamos un ejemplo. Angier habla de lo que en el pasado se llamó en Ciencias Sociales “variantes erróneas”: señoras físicamente 'normales' que no se comportaban como el resto de mujeres. La denominación ya no se usa, pero subyace en algunos análisis que se han hecho, por ejemplo, sobre la obra de la cineasta Katherine Bigelow, a quien se ha llegado a definir como “adicta a la testosterona”. A nadie se le ocurre decir que Lorca estuviera enganchado a los estrógenos por observar y narrar las cuitas de Yerma, Bernarda Alba o Rosita la soltera, pues nos parece normal que un señor pueda hablar de cualquier cosa. De Bigelow, sin embargo, se ha dicho –algunos como insulto, otros como halago– que sus historias parecen contadas por un hombre, sea lo que sea eso en estos tiempos.

María Zambrano apuntó que “muda es toda vivencia que no tiene palabra” y si 'testosterónico' viniera a contar algo nuevo, habría que dotarla de un altavoz bien potente. Pero para describir el desprecio y la violencia, e incluso algunos gestos, tenemos 'machismo', palabra tan eficiente y abarcadora que inventar una parcial y despectiva solo contribuye a enturbiar más el ambiente y a que se nos vaya la fuerza por la boca.