MIRADOR
Forcadell y el respeto a los catalanes
La expresidenta del Parlament ha sido la primera en decir algo inteligente sobre por qué estamos cómo estamos
Jordi Mercader
Periodista.
Jordi Mercader
Carme Forcadell ha sido la primera dirigente independentista en decir algo inteligente sobre por qué estamos cómo estamos; comenzando por ella, condenada injustamente a prisión por la mentira sediciosa, figura inventada que supone una amenaza jurídica de dimensiones por descubrir. La reflexión supone una proclamación de respeto por todos los catalanes y debería ser considerado el primer paso para la reconciliación: "No tuvimos empatía con la gente que no es independentista y que tal vez no se sintió justamente tratada. Hay mucha gente que no es independentista que defiende las libertades y los derechos fundamentales y que si se les hace elegir entre España y Catalunya, elige España".
La expresidenta del Parlament toma distancia de otros análisis efectuados por sus compañeros de 'procés', mucho más épicos o calculadores. Lejos de vanagloriarse, por ejemplo, de jugar a la política como si fuera una partida de póker como hizo Clara Ponsatí desde su refugio escocés, admite una lectura precipitada de los hechos, de la fuerza y las probabilidades que explicarían perfectamente el fracaso. Forcadell fue seguramente la dirigente más instrumentalizada por los suyos en la larga secuencia de desobediencias inaugurada en los plenos de septiembre del 2017, ha hablado poco desde que fue detenida, por eso sus palabras son de agradecer.
La reflexión de Forcadell debería ayudar a comprender que no habrá independencia sin la aquiescencia de los no independentistas en cuanto a la vía democrática y la fórmula de decisión del futuro colectivo; tampoco habrá estado federado ni confederado, ni nada que no cuente con la aceptación de las reglas por parte de todos los catalanes. Aunque la gran mayoría considere el agotamiento del Estado de las autonomías y el incumplimiento de sus estatutos como fuente de la desafección y la pérdida de confianza en el autogobierno, nadie puede dudar que su establecimiento fue aprobado mediante un método asumido por todos y con un resultado indiscutible. Lo nuevo no debería nacer sin menos garantías democráticas ni consenso social de lo que se pretende reformar.
El error de base subrayado por Forcadell se está cobrando un alto precio personal y político, agravado por el alarde creativo del Tribunal Supremo, a juicio de una gran mayoría de expertos. Pero no es la única equivocación pendiente de reconocimiento. La desidia del Gobierno del PP frente a la explosión soberanista debería acarrear una alta responsabilidad que todavía no ha sido asumida por ninguno de estos protagonistas.
¿No habrá entre los ministros de Mariano Rajoy ninguno capaz de emular a Forcadell y decir algo que suene a inteligente sobre los fallos cometidos? Sin un proceso compartido de reconocimiento de culpas no habrá diálogo real, no hay que hacerse ilusiones. Y si Rajoy calla, alguien debería hablar en nombre del Estado para asumir las pifias cometidas al amparo de la legalidad. No hace falta esperar 40 años, como si de desalojar a Franco del Valle de los Caídos de tratara.
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