Análisis

Mientras llega la hora de la política

En plena campaña electoral, Sánchez debe calibrar el grado de firmeza que exige la situación y el que esperan de él sus votantes, los catalanes y los del resto de España

Pedro Sánchez, en Moncloa

Pedro Sánchez, en Moncloa / periodico

Rosa Paz

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

Pedro Sánchez no deja de repetirlas: firmeza y proporcionalidad. Son las palabras clave para entender la estrategia del Gobierno frente a la reacción institucional, política y ciudadana en Catalunya por la sentencia del Tribunal Supremo. Son dos conceptos que el presidente en funciones trata de administrar con equilibrio y contención para no resbalar en alguna de las cáscaras de plátano que ponen en su camino tanto los partidos de la oposición como algunas autoridades catalanas, que parecen preferir la aplicación de medidas drásticas a que la situación se calme, se desinflame y pueda llegar la hora de la política que tantos esperan.

No parece, no obstante, que ese momento, el de la política, vaya a darse antes de las elecciones del 10 de noviembre, no solo porque la campaña lo condiciona todo, y en este caso para mal, sino también porque al calor de los resultados electorales los partidos tendrán que resituarse, no solo los estatales, también los independentistas, y se podrán encontrar entonces vías de diálogo —algunas se mantienen abiertas— para tratar de buscar soluciones al conflicto catalán. Lo que entonces se pueda hacer dependerá, no obstante, del equilibrio de fuerzas que resulte del recuento de las papeletas y del grado de unidad que quien gobierne sea capaz de fraguar en torno a las posibles salidas.

Pero hasta que ese momento llegue, Sánchez no lo tiene fácil. En plena campaña electoral y ante los acontecimientos en Catalunya, especialmente los de orden público, tiene que calibrar el grado de firmeza que exige la situación y el que esperan de él sus votantes, los catalanes y los del resto de España. De la misma manera tiene que graduar sus decisiones, consciente de que no se puede precipitar, que las tiene que tomar cuando toque y solo si toca. Es decir, que en víspera de las elecciones del 10-N tiene que resistir las presiones del PP y Ciudadanos, partidarios de adoptar ya medidas excepcionales como la aplicación de la ley de seguridad nacional o el artículo 155 de la Constitución.

A los partidos de la derecha los violentos disturbios que se están produciendo en las capitales catalanas, en particular en Barcelona, les parecen razón suficiente para recurrir a la excepcionalidad. parecen razón suficiente para recurrir a la excepcionalidad.Pero esos disturbios, pese a su gravedad, no justificarían ir tan lejos. La ley de seguridad nacional no sería necesaria porque viene a garantizar una coordinación de las fuerzas de seguridad que ya se está produciendo entre los Mossos, la Policía y la Guardia Civil y de manera satisfactoria, y el 155 porque no está pensado con carácter preventivo sino para cuando un gobierno autonómico incumpla sus obligaciones constitucionales y no parece que eso haya ocurrido todavía.

Sánchez se mueve en la disyuntiva de no parecer un blando pero tampoco excederse o precipitarse en la toma de decisiones. Un difícil punto de equilibrio. En el PSOE cruzan los dedos para que la ciudadanía —especialmente sus votantes— entienda su postura, porque saben que cuando las cosas se crispan los discursos de moderación y apaciguamiento no siempre son bien comprendidos.