Opinión | EL ARTÍCULO Y LA ARTÍCULA

Juan Carlos Ortega

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Súper Pepa Fernández

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Durante 20 años, cada mañana del fin de semana se asomaba a la radio una voz pura. Podría utilizar otros calificativos, como «bonita», «amable», «profesional», «inteligente», pero ninguno de ellos estaría a la altura de lo que, para mí, define su voz: pureza. Su timbre evoca blancura y paz, ese sosiego que dan las nevadas, y eso no es habitual en la radio, donde los oyentes más expertos pueden adivinar partes oscuras en las voces más claras. En la suya no hay oscuridad, porque tampoco la hay en ella.

El programa 'No es un día cualquiera' (RNE) ha acompañado a millones de oyentes durante una buena parte de sus vidas. Fíjense como es la vida; hace dos semanas les escribía sobre la pena que me daba el exceso de información política en la radio. Pues bien, ella fue capaz de regalar cinco horas diarias durante dos décadas sin mencionar para nada las crisis de gobierno o los pactos o los recortes o la corrupción. Eso hubiera sido lo fácil, y ella jamás lo hubiera hecho. Le ha gustado complicarse la vida para simplificárnosla a nosotros, los escuchantes.

Ha tenido a colaboradores de una altura profesional mareante: José María Íñigo y Antonio Fraguas, Forges, siempre estarán en nuestro corazón. Su muerte partió en dos el ánimo del programa, pero no se notó, porque Pepa es capaz de transmitir alegría aún en los momentos más tristes.

Cada sábado y domingo escuchamos al inmenso Andrés Aberasturi, un tipo al que todavía no se le ha dado el Premio Ondas que merece. Pero sé que lo tendrá.

José María Íñigo 
y Forges, dos de
sus muchos
colaboradores, 
estarán siempre 
en nuestros 
corazones

Y José Ramón Pardo, y Emilio del Río, y tantos otros que no quiero mencionar para –como dice el tópico– no dejarme a ninguno. Todos ellos. ELLOS, con mayúsculas en todas las letras. Los mejores. 

Pepa abandona el programa para emprender un reto profesional magnífico. Seguirá estando con nosotros, sus escuchantes, y lo hará cada día, pero esa alegría diaria no nos hará olvidar la pena de no escucharla sábados y domingos, porque ella era la voz del fin de semana y lo seguirá siendo para muchos de nosotros.

Ha hecho un programa maravilloso, una obra maestra de la radio que será estudiada en el futuro por los alumnos de periodismo. Y lo hizo con bondad, con dulzura, con empatía, poniéndose en el lugar del que estaba escuchando. Entrevistó como nadie lo hizo, y lo seguirá haciendo, porque es el diamante de la radio y los diamantes, como también dice el tópico, son para siempre.

Quiero dedicar este artículo a los dos  hombres que mencioné unos párrafos atrás: Íñigo y Forges, los dos mejores en sus especialidades, que me enseñaron que ser bueno contagia todos los ámbitos, que cuando uno es buen profesional también es buena persona. Y eso, claro está, también puede aplicarse a Pepa, la pureza buena.

Mucha suerte, estrella de la radio. La tendrás. Y si tú la tienes, nosotros, que te escucharemos, también la vamos a tener. No eres, ni lo serás jamás, una profesional cualquiera.