Juicio al 'procés'
Dolor y rabia, mucha rabia
A corto plazo, la única esperanza es que las sentencias, si son razonables, o un indulto, si es posible (o la reforma del Código Penal, con efectos retroactivos) creen un nuevo clima
Andreu Claret
Periodista y escritor. Comité editorial de EL PERIÓDICO
Andreu Claret
El dolor es por los largos días de cárcel que llevan quienes se han sentado durante 50 días en el banquillo. Siento dolor, por ellos y por sus familias. Por sus hijos e hijas. La rabia es por todo aquello que nos ha llevado hasta aquí. Por todos aquellos que nada hicieron para que nunca llegásemos a este punto que a nadie beneficia, que puede oscurecer el horizonte de España durante años y conducir a Catalunya por uno de estos despeñaderos por los que ha caído tantas veces en su historia. Dolor y rabia. No son sentimientos fáciles de compaginar.
Benditos aquellos que solo sienten dolor e intentan sanarlo con el orgullo que les produjeron las palabras de Turull, Rull o Cuixart, que consideran heroicas. Hemos perdido pero lo volveremos a hacer. Lo importante no es ganar. Es estar convencido de que la razón está de nuestra parte. Conozco este comportamiento porque soy hijo del exilio republicano y crecí entre mayores que hicieron de él la clave de la resistencia. Aunque pronto entendí que en la vida no basta con tener razón. Lo descubrí el día que mi padre les recordó a unos republicanos que cenaban en casa que la guerra no la había ganado Franco sino que la habían perdido ellos. Se hizo un gran silencio porque nadie supo qué contestar.
Al servicio de una actuación ilegal
Aun así, maldigo a aquellos que no sienten dolor y que se alegran de los años de prisión provisional que han soportado los presos del 'procés' y de los que les pueden hacer encima. Son unos insensatos. Me cuento entre los que creemos que quienes pusieron cargos públicos al servicio de una actuación ilegal merecen algún tipo de sanción. Pero las acusaciones de rebelión y sedición han salido tocadas de la vista, y porque algo hay de verdad en lo del farol. Dramática verdad, que el abogado Melero se encargó de recordar, con autoridad, y que hará qué octubre del 2017 pase a la historia como un episodio difícil de explicar a las generaciones venideras.
En todo caso, en términos de responsabilidad judicial es así, y las declaraciones de Forn y Forcadell, de algún modo lo reconocieron. Entiendo perfectamente que Cuixart reclame el derecho a la desobediencia civil que es, o debería ser, la madre de toda democracia. Su condena, si la hay, será la más injusta y la más difícil de explicar ante el Tribunal Europeo de Derechos Humanos. Distinta es la situación de aquellos que eran cargos del Estado (esto significa ser un 'conseller' de la Generalitat). Es descorazonador que no hayan hecho un 'mea culpa' por haber vulnerado la Constitución y el Estatut al que se debían. Podían haber mantenido sus ideas con la misma dignidad y hacer reconocido que las leyes del 6 y 7 de setiembre del 2017 fueron un error. Un disparate. Es lo que más hubiese ayudado al diálogo político que reclamó Junqueras y lo que más hubiese desarmado a las tres derechas que seguirán buscando votos en España a costa de Catalunya.
Utopías en paradas de 'todo a cien'
Dolor y rabia. Una rabia incontenible por el daño irreparable que le han hecho a mi país. Todos, o casi todos. Empezando por Rajoy, el primero en utilizar las 'fake-news' para llenar camionetas de firmas contra el Estatut. Por lo que hizo, y dejó de hacer durante años con provocaciones que hicieron estallar las larvas cultivadas por Pujol, con paciencia de entomólogo, haciendo que los campos de Catalunya se llenaron de utopías republicanas. Con la crisis, y las mentiras, estas utopías empezar a venderse en paradas de 'todo a cien' y ya era tarde para que la política o la razón predominaran. Solo quedaba la justicia. Y así hemos llegado adonde estamos.
Siento rabia también por la actitud de todos aquellos políticos catalanes que hicieron el juego a la provocación del Partido Popular. Lejos quedaba aquella frase premonitoria de Pujol, cuando le preguntaron por Lituania y Catalunya y advirtió que España no era un estado en descomposición como la URSS. Nacionalistas de la primera hora y arribistas envueltos con la 'estelada' dijeron que éramos como Eslovenia y se cachondearon del Estado. No sé si Artur Mas se lo creyó, pero entró en el juego. Y luego vino Puigdemont, que siempre lo ha pensado, y Torra, que se ve en la estela de Companys y Macià, sin reparar en el drama que vivió Catalunya en los años 30. Detrás, dos millones de personas, llevadas por ilusiones legítimas. El resultado es un país dolido, dividido, humillado, aislado. A corto plazo, la única esperanza es que las sentencias, si son razonables, o un indulto, si es posible (o la reforma del Código Penal, con efectos retroactivos) creen un nuevo clima. Hasta entonces las emociones seguirán prevaleciendo sobre la política.
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