La clave

La impureza universal de Rosalía

Rosalía y sus bailarines, el 1 de junio del 2019, durante su actuación en el Fòrum, en el marco del Primavera Sound

Rosalía y sus bailarines, el 1 de junio del 2019, durante su actuación en el Fòrum, en el marco del Primavera Sound / periodico

Albert Sáez

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Los profanos en materia musical no estamos autorizados a emitir críticas y mucho menos en asuntos delicados como el debate sobre la "pureza" del flamenco que canta la catalana Rosalía. Tenemos que limitarnos a decir que "nos gusta", cual si fuéramos seguidores de una red social. Precisamente, una rápida observación del timeline en la madrugada del sábado al domingo permite constatar que <strong>Rosalía le gusta a mucha gente y, aún mejor, a gente muy diferente en edad, en ideología, en estética,</strong> etc. A los profanos nos parece encontrar en Rosalía aires de gente tan diversa, y tan distante, como Estopa, La Pegatina, Sabor de Gracia, Rosario, Los Manolos, el gran Gato Pérez y, al final de todo, dos monstruos: Peret y el Pescaílla. Una genealogía de fusiones e impurezas imposibles de imaginar en estos tiempos de ecocámaras de purezas y exclusiones. Seguramente, la crítica ortodoxa juzgará esta propuesta como un auténtico kitsch. Pero las listas personales de música son eso, personales. 

No haré la enumeración de los asistentes al concierto del Primavera Sound que colgaron su selfie, pero pondría nerviosa a esa manada de postestructuralistas que nos dicen cada día lo que tenemos que pensar en función de dónde nacimos, cómo nos llamamos, el salario que tenemos o a quién votamos. Y nos lo dicen a los que vivimos en un tiempo marcado por una pulsión exasperada de emancipación de los individuos que se niegan a encasillarse en función de su familia, su clase social, su lugar de nacimiento, su género o sus creencias. Vivimos tiempos en que tratamos de esculpir nuestro cuerpo como Rosalía moldea sus uñas. Y lo curioso es que su singularidad, basada en su heterodoxia y en su impureza, es la que consigue romper barreras y silos. Todo lo contrario de lo que ocurre en la política, donde se obsesionan en cultivar nichos antes que en ampliar mercados. Y olvidan que lo que es una opción en música, es una obligación en las instituciones: definir el interés general no es tarea fácil en tiempos de emancipación individual. Pero tampoco imposible. <strong>Sigan a Rosalía.</strong>