Tras el 26-M

Gana Puigdemont, pierde JxCat

Más allá del tótem de la independencia, JxCat es incapaz de articular una propuesta de futuro para la sociedad catalana

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Josep Martí Blanch

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Mientras, en Waterloo, Gonzalo Boye comía palomitas a dos carrillos en la fiesta con la que el puigdemontismo celebró los excelentes resultados de las elecciones europeas, en Barcelona y en buena parte de Catalunya, JxCat cedía por segunda vez (la primera fue en las elecciones generales hace un mes) el cetro de la hegemonía soberanista a ERC. Lo más vistoso del relevo fue, de nuevo, el barrido sin contemplaciones de sus siglas en el entorno de la gran Barcelona. La noche electoral fue metafóricamente para esta familia política una discoteca de dos pistas. En una se bailaba la conga y se pedía al 'discjockey' más madera, mientras que en la otra sonaban fados para avivar la melancolía del "cualquier tiempo pasado fue mejor".

Los hechos son los que son. Puigdemont ha ganado y JxCat ha perdido. Cada uno ha hecho lo propio por goleada. Hasta aquí la obviedad. Ahora la pregunta: ¿pueden volver a ganar ambos? Y si la respuesta fuese afirmativa: ¿cómo?

Sería condición imprescindible que coincidiesen en los motivos que explican esta situación tan particular en la que un candidato gana sin paliativos mientras su formación política pierde votos, poder e influencia. Pero ya en este punto las conclusiones de cada parte resultan incompatibles.

Para los perdedores, que están preocupados por acabar diluidos como un azucarillo en el tazón de centralidad soberanista de ERC, la respuesta es que la estrategia de máxima confrontación dibujada por el 'expresident' ya no sirve en el mercado político doméstico. El voto dual, ERC en las municipales y Carles Puigdemont en las europeas, sería la ejemplificación de que los republicanos son la opción preferida para las cosas de comer, aunque luego se ceda el voto a Carles Puigdemont (no a JxCat) para que siga internacionalizando el conflicto en el corazón de Europa. Para gobernar, ERC y para exhibir simbología, Carles Puigdemont.

La fauna de antiguos convergentes

En cambio, para los que están a muerte con él, y puede que para el propio 'expresident', la respuesta es más sencilla, más nítida, más clara y mucho más fácil de explicar: las elecciones se ganan cuando él se presenta como cabeza de cartel y se pierden cuando su voz ha de convivir y transaccionar, aunque sea poquito, con toda la fauna de antiguos convergentes que aún siguen en pie y que, con buena voluntad o sin ella, son más un estorbo que una ayuda.  

Con lecturas de la misma realidad tan contrapuestas, resulta imposible que las cosas puedan reconducirse, y por eso van a seguir donde están. Unos, convencidos de que todo se hace para salvar a una persona a cambio de empequeñecer al colectivo, y otros militando en el personalismo desde la fe que Puigdemont no es solo el único camino, sino que además es también el más conveniente.

El PDECat tiene asumido que JxCat es la marca con la que quiere trabajar en el futuro. Desde su posición de debilidad se está ensayando una pirueta que pretende convencer a Carles Puigdemont de la necesidad de dejar crecer la hierba del liderazgo en Catalunya, con una nueva dirección del partido que acumule suficiente autoridad para tomar las decisiones estratégicas y poner cierto orden, tanto al discurso como, llegado el caso, en la elaboración de futuras listas electorales.

La operación es tan bienintencionada como imposible. Pretende salvar a su principal activo electoral, el 'expresident', al mismo tiempo que quisiera cercenarle parte de su omnímodo poder para poder rectificar todo aquello que ha dejado de funcionar.

Mera componenda cosmética

La iniciativa, más que renqueante, nace directamente muerta. Dado que Puigdemont sabe que esta operación solo puede hacerse con él, porque nadie está en condiciones no ya de atreverse, sino tan siquiera de imaginarse hacerla contra él, es ilusorio contemplar la posibilidad de que esto puede salir adelante sin acabar siendo una mera componenda cosmética. El 'expresident' no tiene ningún aliciente político para cambiar ni su modo de hacer ni su discurso. A fin de cuentas, él gana, aunque su partido pierda. ¿Quién le tose a un vencedor?

Aunque en cierto modo todo esto es irrelevante. El principal problema para JxCat es que más allá del tótem de la independencia es incapaz de articular una propuesta holística de futuro para la sociedad catalana en el momento en el que los votantes han empezado a exigir, aunque sean soberanistas, algún tipo de certeza.

Lo resumió bien Jordi GrauperaJordi Graupera, el candidato de Barcelona es Capital, tras conocer que su apuesta por la alcaldía con una candidatura que preconizaba la confrontación radical con el Estado había fracasado rotundamente: “Barcelona ha votado paz”, dijo. Tiene razón, y podría añadirse Catalunya entera. Por eso las estrategias pensadas para la guerra van a conducir irremediablemente a la nadería política. A diferencia de ERC, JxCat no quiere o no puede -el resultado viene a ser el mismo- tomar nota de ello.