Análisis

Nueva masculinidad

La causa feminista comporta construir un mundo sin la asfixia de la testosterona ambiental

preparacion de camisetas y pancartas para la manifestación del día 8 de marzo

preparacion de camisetas y pancartas para la manifestación del día 8 de marzo / periodico

Albert Sáez

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La causa feminista libra la principal batalla por los derechos humanos de este siglo XXI. Por ello no le caben algunos adjetivos que no son más que eufemismos para esconder todo tipo de resistencias. No hay un feminismo liberal y otro de izquierdas de la misma manera que el derecho a la vida no tiene una versión liberal y otra de izquierdas. Hay un feminismo en eclosión por la potencia de la causa que defiende y lo dramático de las consecuencias que combate y un machismo en retirada que, como todas las ideas en decadencia, se revuelve en su propia tumba intentando resucitar con los últimos estertores. Aviso para navegantes: en este tramo final, la virulencia machista va a incrementarse, sirva el desparpajo de Vox como ejemploVox, pero también su reverberación en otros partidos políticos, incluso algunos de tinte aparentemente progresista que hacen del permiso de paternidad una heroicidad.

La causa feminista tras plantar batallas en el ámbito de la política, derecho al sufragio; de la educación, acceso a la universidad; de la empresa, incorporación a la vida laboral; de la sexualidad, anticonceptivos; ha pinchado finalmente en el tuétano: las mentalidades. La igualdad necesaria entre mujeres y hombres no se logrará hasta que no haya un cambio de mentalidad, de manera de ver, entender, explicar y gestionar las cosas. Eso que se ha venido a llamar heteropatriarcado no es más que la matriz de conocimiento con la que los hombres han dominado a las mujeres desde tiempos inmemoriales. Y cuesta enormemente de erradicar, incluso entre varones que presuntamente abrazan la causa feminista. Como siempre, el demonio está en los detalles. Por ejemplo, justificar el nombramiento de una mujer en un cargo de responsabilidad por razones de "igualdad" escondiendo los méritos de la candidata en cuestión o dando por supuesto que en un equipo formado por hombres y mujeres, el jefe siempre tiene que ser un hombre y, cuando no está, otro hombre y nunca una mujer es su sustituto natural, aun con iguales responsabilidades. Por no hablar de cómo se envalentonan algunos, a menudo bajo la máscara del proteccionismo, cuando el interlocutor en una negociación es una mujer. En otras ocasiones los detalles ya forman parte de la intimidad de los mismos hombres: esas bromas sexuales a la que desaparecen las mujeres de las reuniones o esos intentos de convertir cualquier relación laboral en una potencial relación sentimental.

La causa feminista empuja a los hombres a generar una nueva masculinidad. Esa empieza a ser una responsabilidad ineludible. Y un camino muy difícil de transitar. Significa cambiar nuestra manera de ver las cosas y, sobre todo, de plantearlas. El auténtico reto es que la igualdad no dependa de un sobreesfuerzo de las mujeres para adaptarse a un mundo masculino, sino en cambiar las reglas del mundo. La manera de manejar el poder, en las familas, en las escuelas, en las empresas y en la política. La manera de medir los éxitos y los fracasos. La manera de reconocer y tratar la diversidad en todas sus facetas. La manera de gestionar los recursos. La manera de resolver los conflictos. Todo ello mucho más exigente en los personal que cambiar la manera de hablar, que también. Vaya, un mundo sin la asfixia de la testosterona en el ambiente.