Peccata minuta

La silla vacía

Los señores y señorías de Waterloo y Sant Jaume deberían reconocer ante sus votantes que la cosa iba de teatro y pidan perdón por apropiación indebida a media Catalunya

Santi Vila

Santi Vila / periodico

Joan Ollé

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En su declaración ante el Supremo, Oriol Junqueras consagró la expresión «la silla vacía» refiriéndose a la nula voluntad de diálogo de Madrid con Catalunya; no era el caso, ya que él se sentaba en el banquillo de los acusados y el juez Marchena en su regio butacón. De inmediato, el todavía presidente Pedro Sánchez, ya en campaña, arremetió como despechado amante contra sus puritanos novios: «Nunca quisieron dialogar, tienen miedo... viajan a ninguna parte... deben enfrentarse a sus propios fantasmas... quieren vivir del conflicto... prefieren un Gobierno del PP en Madrid...».

Si acudimos a la hemeroteca, podremos comprobar que todos los agravios que han ido vertiendo los independentismos (sí, en plural) sobre «la silla vacía» madrileña se refieren al largo reinado (2011-2018) del PP en la Moncloa. Y, de pronto, cuando el sagaz Sánchez, asistido por Iglesias, les propone echar a la bestia Rajoy (¡cualquier tiempo pasado fue mejor!) a la papelera de la historia, dicen que sí, que vale, pero solo con la puntita, ya que el PSOE secundó la aplicación del 155.  Y a  la hora de la verdad, la de votar los Presupuestos Generales más «sociales» (así se dice ahora) de las últimas décadas, e ignorando (o fingiendo que ignoraban) el delicadísimo equibrio al que está sometido Sánchez por el Trío de Colón y por su propio partido, van y optan por la  heroica  esencialidad catalana. Miren: si quieren proclamar su república, háganlo de una puñetera vez, pero les rogaría que nos lo comunicaran con la debida antelación para saber a qué atenernos.

Celebro sinceramente que en los primeros días del Juicio Final los argumentos de  los acusados y sus defensas sean sólidos y aparentemente convincentes ante las diversas acusaciones, que tal vez desearían que el hecho de encaramarse a un vehículo policial previamente abollado pudiese comportar cadena perpetua. Aplaudí especialmente un momento de la declaración del «desertor» Santi Vila:  «Lo que pasó en Catalunya es impropio de una sociedad democrática y avanzada como la catalana. Si fuese ahora, haríamos las cosas de otra manera».

Ya es ahora, señoras, señores y señorías de Sant Jaume y Waterloo. Propongo a los que se quejan de «sillas vacías» diversas opciones:

1. Que cada uno siente su propia cabeza.

2. Que se sienten entre ellos y ellas hasta ponerse de acuerdo en qué quieren ser de mayores.

3. Que se sienten ante sus votantes y les cuenten que la cosa iba de teatro -como han ido reconociendo varios de sus líderes-, un teatro más cercano al absurdo de Ionesco que al pedagógico de Brecht.

4. Que se sienten ante la muy respetable media Catalunya que no comparte sus ideas y se les pida perdón por apropiación indebida.