Análisis
El independentismo, bajo presión
La huelga general puede contemplarse como una válvula de escape a la indignación que suscita el ruin espectáculo que tiene lugar en el Supremo
Marçal Sintes
Periodista. Profesor de Blanquerna-Comunicació (URL).
Marçal Sintes
El independentismo se encuentra bajo una enorme presión o, mejor dicho, bajo una suma de presiones distintas aunque confluyentes. La convocatoria de elecciones españolas para el próximo abril es una de ellas. La manifestación de la plaza de Colón (PP, Ciudadanos, Vox) logró, pese a ser un fiasco, sus dos grandes objetivos: dinamitar el diálogo y que Pedro Sánchez pusiera punto final a su mandato. Al convocarse la manifestación, el Gobierno español truncó las conversaciones que mantenía con los independentistas. Tras la manifestación, y al ver que estos últimos no accedían a dar curso a los Presupuestos, Sánchez decidió jugársela a cara o cruz. La paradoja es evidente: pese al pinchazo de Colón, la derecha logró los éxitos que anhelaba.
Ya veremos cómo le sale a Sánchez su maniobra. Para los independentistas, los comicios anticipados son, a mi entender, una muy mala noticia, pues lo mejor –o lo menos malo- que puede suceder es que se reproduzca una situación semejante a la actual. En el seno del independentismo se embarullan hoy dos estrategias encontradas, una irredentista, por llamarla así, y otra realista o pragmática. Los pragmáticos estaban por intentar dar vía a la tramitación de los Presupuestos de Sánchez, aunque la apuesta de este por el diálogo se hubiera evidenciado ya meramente retórica. El desplante de Sánchez a los negociadores independentistas y muy, muy especialmente, el inicio del juicio a los líderes encarcelados del ‘procés’ sepultaron toda opción de los pragmáticos.
La tríada derechista
Sánchez podía haber seguido adelante con una prórroga de los Presupuestos, pero apostó a elecciones. Con él, el independentismo y todos los catalanes quedan a merced de lo que el destino en forma de urnas acabe dictando. Porque, si obtiene la fuerza suficiente, la tríada derechista impondrá un 155 de barra libre en Catalunya. La situación a que esto conduciría prefiero ni imaginarla ni escribirla. Sería terrible también para España. Que así se pueda arreglar algo solo se le puede ocurrir a una panda de fanáticos. Increíblemente, entre los independentistas hay alguno que tampoco lo ve mal. Son los del ‘cuanto peor, mejor’, los que creen que las tragedias a veces dan insospechados giros felices.
Luego está el juicio en el Tribunal Supremo, que muchos en Catalunya, independentistas y no independentistas, observan como injusto y desproporcionado, cuando no una perfecta bufonada. Lo cierto es que la violencia alegada, meollo del asunto, a cada día que pasa se asemeja más a lo que realmente es: una patraña.
Pese a los condenables incidentes ocurridos, la huelga general y las manifestaciones puede contemplarse como una necesaria válvula de escape para lo que muchos catalanes ven, piensan y sienten. Una válvula de escape a la indignación y a la avalancha de emociones de toda naturaleza que suscita el ruin espectáculo que está teniendo lugar en el Supremo. Por eso estoy persuadido de que también una parte considerable de los catalanes que no la quisieron secundar, que incluso la rechazan, entienden la llamada a la protesta, entienden sus porqués.
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