La basura de la guerra siria
Rafael Vilasanjuan
Periodista
Rafael Vilasanjuan
El anuncio de Donald Trump de retirar sus tropas de Siria una vez que considera derrotado al Estado Islámico guarda al menos un par de consecuencias directas para Europa. La primera es que todo el espacio que dejen los soldados americanos queda ahora en manos de Bachar al Asad y del Ejercito ruso y por lo tanto obliga a replantear a la Unión Europea la estrategia en este conflicto tan cercano a sus fronteras. La segunda apela a la responsabilidad de cada uno de sus Estados miembros a repatriar a los jóvenes radicalizados que salieron de nuestras calles para unirse al Ejército bárbaro y que ahora permanecen en prisiones en Kurdistán.
Trump insiste en que Europa debe repatriarlos, pero ¿quién quiere asumir el regreso de unos asesinos fanáticos? Algunos países como Australia ya han negado la ciudadanía a quienes teniendo pasaporte del país salieron a apoyar la causa radical islámica. Lo que ocurre es que rechazando la responsabilidad el problema se acentúa. El grupo más numeroso de los que están en cárceles kurdas son europeos y como tal deberían volver no solo por obligación, sino también porque las cárceles, y más las que están en la frontera entre Siria y Turquía, pueden ser objeto de ataques para liberarlos y son lugares donde el adoctrinamiento continuará. El riesgo a que muchos de ellos vuelvan a caer en manos radicales no es menor.
Un millar de personas
Los propios kurdos han pedido que recojamos nuestra basura de esta guerra y nos llevemos a unos criminales que ellos se han encargado de desactivar, pero que proceden de Europa. No es un grupo enorme. Apenas llegan a 1.000 de los más de 10.000 registros que el sistema de información europeo tiene anotados que salieron a Siria e Irak. Muchos de ellos murieron en el conflicto, defendiendo una sociedad islámica utópica y bárbara. Es probable que entre los que queden en las cárceles solo una minoría se muestren arrepentidos o decepcionados. Se calcula que más de la mitad continúan comprometidos con una idea criminal del islam. Aun y así, mejor que estén en nuestras cárceles a que puedan caer de nuevo en manos radicales.
La amenaza no es menor. A pesar del optimismo de Trump, el Estado Islámico no ha desaparecido, se está reciclando en esas prisiones y Al Qaeda continua activa en Oriente Medio, en África y también en muchas ciudades europeas. Ninguna de estas organizaciones perderá la oportunidad de volver a reclutar entre quienes ya tienen experiencia previa. Un riesgo a evitar. Que vuelvan a casa no significa impunidad en cada uno de sus países por los crímenes que han cometido fuera. A unos habrá que procesarlos por pertenencia a una organización terrorista o por crímenes de guerra; otros, aunque sean pocos, deberían poder tener la oportunidad de pasar por programas de rehabilitación. Repatriarlos y someterlos a la ley es lo que nos diferencia de los estados bárbaros que ellos defienden y, en todo caso, tenemos que recoger la basura que ha salido de nuestras propias ciudades, antes de que se pudra.
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