ANÁLISIS
Andalucía como signo de los tiempos
Jordi Alberich
Economista
Jordi Alberich
Las recientes elecciones andaluzas han revolucionado la política española. La irrupción de Vox, con sus 12 diputados, constituye una enorme sacudida y un anuncio de lo que, previsiblemente, irá sucediendo por toda España. Al margen de lo que en sí mismo significa un partido de su ideario, su protagonismo anuncia una rivalidad sin precedentes entre los partidos conservadores. Una competencia en la que, salvo sorpresas, irán imponiéndose las tesis del más radical, imposibilitando que cualquiera de ellos pueda pactar, o tan siquiera negociar, con la izquierda y el independentismo. Malas perspectivas para el entendimiento.
Y resulta muy relevante la coincidencia de las tres formaciones - Ciudadanos, PP y Vox -a favor de una gran rebaja impositiva en Andalucía. Las razones son diversas, desde una corriente generalizada en todo Occidente, al agravio comparativo que representan determinados impuestos, en la medida en que los más adinerados, a diferencia de las clases medias, pueden eludirlos sin excesiva dificultad.
El ejemplo más claro lo encontramos en sucesiones y patrimonio, pues para evitar el impuesto se trata de ubicarse fiscalmente en determinados estados de la Unión Europea o, incluso, en diversas comunidades españolas. En este contexto, es de sentido común que si el más favorecido no soporta determinados impuestos, tampoco lo haga el ciudadano medio. Sin embargo, esta es una dinámica que, llevada al extremo, conduce al absurdo. La competencia por quien rebaja más los impuestos, en el seno de una zona económica y monetaria común, debe responder al sentido común, y no es el caso.
Así, el modelo impositivo que se va imponiendo nos lleva a que, pese al discurso dominante que habla de reconocer el esfuerzo, un heredero ocioso que viva de las rentas de su legado pagará menos impuestos que un trabajador con un salario medio. Sorprendente pero cierto.
Una realidad que debería empezar a revertirse, especialmente desde la Unión Europea pues, sólo a escala supranacional puede conformarse un marco fiscal que contribuya a recomponer la política y a recuperar la confianza ciudadana en el capitalismo. No se trata de fijar los mismos tipos impositivos en toda la Unión, pero sí de comprometerse en avanzar hacia una homogeneización impositiva, acorde con aquellos valores fundamentales que dan sentido al proyecto europeo.
Política y economía vienen a coincidir en una dinámica muy amenazante: ante la fragmentación, se impone la posición más extrema. En el espacio conservador, la influencia de Vox será muy superior a la que le correspondería por su peso real, similar a lo que ha venido sucediendo con la CUP en Catalunya. Y en la economía, sumidos en la complejidad de una Unión de, aún, 28 Estados, siempre hay una Irlanda o un Luxemburgo que marcan la pauta fiscal. La diferencia es que Vox y CUP son manifestaciones de un justificado malestar social, mientras la fiscalidad de pequeños países como Irlanda y Luxemburgo constituye una persistente barbaridad tolerada por los más grandes.
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