TRIBUNA

Josep Pallach, político y pedagogo

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Antònia Pallach

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Este 10 de enero se cumplirá el 42º aniversario de la muerte de Josep Pallach. Cuando se acaba de celebrar, hace un mes justo, el 40º aniversario de la Constitución, no me ha parecido inútil recordar la figura de mi padre.

Cuando lo conocí -es decir cuando nací en París- él y mi madre, Teresa Juvé, vivían en la capital francesa donde eran exiliados republicanos desde el final de nuestra Guerra Civil. Me parece que es un dato nada liviano que recordar: aquella guerra, que duró tres años, fue el peor de los conflictos que puede tocarle vivir a un ser humano. Por un simple caso de respeto y de conciencia, millones de personas deciden no aceptar un alzamiento militar contra un régimen político tal vez imperfecto, pero democráticamente elegido por mayoría. Y acuden a las armas para luchar en su defensa –las más veces con preparación muy escasa- contra un ejército de profesionales, apoyados militarmente por potencias extranjeras. Y entre esos millones, centenares de miles deciden no aceptar una victoria que instala en el poder a un general golpista y a un partido único, despojando a un pueblo de las bases democráticas de las que se había dotado: libertad de expresión, de reunión, de asociación, de movimiento, de conciencia…en una palabra: despojándolo de Libertad. En ese caso se hallaban mis padres como otros muchos, y por eso se conocieron, se casaron y vivieron en el exilio, en París donde nací yo.

La educación que me dieron giraba en torno a una idea: desarrollar en su hija el espíritu de libertad. Cosa tanto más fácil cuanto que vivíamos en un país cuya democracia, si bien a veces se podía cuestionar en algunos términos –¡y, muy jovencita, no me privé de hacerlo en mayo del 68! - era sin embargo una tradición arraigada. Por eso, al cruzar la frontera, solía impactarme una frase de mi padre: "un hombre no és libre si su pueblo no lo es".Y es que, de hecho, aquella libertad que de tan consubstancial a mi vida en Francia ya ni la notaba, podía ser cuestionada en cualquier momento cuando me venía a España, tanto en Catalunya con la familia, como en Castilla o en el País Vasco con los amigos que tenían allí mis padres.

Por fin ellos pudieron volver a su país, para vivir, trabajar y seguir luchando, ya desde el interior, por el restablecimiento de la libertad y el reconocimiento de la pluralidad de pueblos de España. Para mi padre, por poco tiempo: el agotamiento debido a un exceso de dedicación, tanto a su labor de pedagogo como de político, pudo más que su ilusión y su fe en el porvenir democrático de su país. Un segundo infarto, tras uno anterior por él silenciado, lo arrancó a su pueblo unos meses antes de poder presenciar una democracia reinstaurada. No es un caso único: la historia está hecha de miles de humanos que han muerto justo antes de que acontezca aquello a que han dedicado su vida. Entonces pasan a formar parte de la Historia y dejan de pertenecer a la intrahistoria unamuniana. Sus palabras van adaptándose según las circunstancias. Es normal.

Lo único que no puede adaptarse es el contexto en el fueron dichas o escritas.