Al contrataque
Un mundo feliz
La neurología ha comprobado que el uso de las redes sociales transforma nuestro cerebro: perdemos la capacidad de concentrarnos y nos cuesta mantener la atención
Una joven va a la playa con su novio, se hacen un selfie y ella lo sube a Instagram. Recibe cuarenta likes. Ahora imaginemos que, en vez de hacerse la foto, la chica, que llamaremos Lucía, describe en una carta su jornada playera a una amiga: “Fui a la playa con Jorge; yo llevaba mi bikini nuevo, con un estampado de flores rojas, azules y verdes, el top de estilo bandeau, la braguita tipo tanga que tanto me favorece. Jorge se puso un bañador de color azul cobalto que resaltaba su bronceado. Formábamos una pareja tan atractiva que la gente nos hacía más que mirarnos”.
La misma amiga que ha pulsado la tecla de like al ver la foto de la pareja, reacciona con disgusto al leer el texto; piensa que su amiga es tonta y vanidosa, lo que le ha contado no tiene ningún interés y rezuma un narcisismo intolerable.
No hay peligro de que Lucía escriba a su amiga: no ha escrito una carta en su vida y tampoco sabría cómo hacerlo, le faltan palabras, su léxico es pobre aunque le alcanza para escribir whatsapps y pies de foto de Instagram, no necesita más. De niña leía libros, ahora le aburren, prefiere la inmediatez y la concisión de Twitter, que le permite estar informada al tiempo que se entretiene y se emociona; si hay algo que detesta es aburrirse.
Fáciles de manipular
Todos somos Lucía en el siglo XXI, narcisos e ignorantes. La neurología ha comprobado que el uso de las redes sociales transforma nuestro cerebro: perdemos la capacidad de concentrarnos y nos cuesta mantener la atención, leer y escribir textos largos. Los nativos digitales tienen dificultad para discernir entre las fuentes de información fiables y las que no lo son; dan más credibilidad a la información que proviene de amigos y conocidos, que no se molestan en contrastar, por lo que son -somos- fáciles de manipular.
Wittgenstein escribió: “los límites de mi lenguaje son los límites de mi mundo”; aprehendemos la realidad, la hacemos nuestra, mediante las palabras, aquello que no podemos nombrar no existe para nosotros; cuanto más limitado sea nuestro léxico, más pequeño y limitado será nuestro mundo, sin embargo no debemos preocuparnos, el lenguaje se aprende mediante la lectura y Google ha leído todos los libros, su mundo es infinito, para acceder a la información nos basta con un clic; Instagram, Snapchat, Facebook, Twitter y Whatsapp nos conocen mejor que nuestras madres, saben lo que queremos antes de que siquiera lo hayamos deseado. Somos muy afortunados, ya no tenemos que esforzarnos en aprender o en pensar, los logaritmos lo hacen por nosotros, incluso nos dicen a quién tenemos que odiar o a quién debemos votar: las redes sociales hicieron ganar a Trump, a los euroescépticos en el referéndum del Brexit, a Bolsonaro, impulsaron a Vox…
Sí, no hay nada de lo que preocuparse. Voy a hacerme un selfie.
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