La hoguera

El Tinder en la movida madrileña

En su libro sobre la cultura de los 80, Lenore asesta un golpe preciso en lo más hermoso que fastidió una época en la que la moda y la apariencia adquirieron el tamaño descomunal que tienen hoy

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Juan Soto Ivars

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Madrid era una fiesta. Pelo cardado, sombra aquí, rímel de colores, láminas de Warhol en pisos que olían a tabaco y a pis. En las películas de Pedro Almodóvar Pedro Almodóvarlas monjas escondían LSD en el escapulario y ligueros de encaje bajo los hábitos. En la calle había conciertos, garitos modernos, maricones con navaja, falangistas con pistola, luces y plástico. España viajaba del tardofranquismo al neoliberalismo como la heroína por el émbolo de una jeringuilla. Los jóvenes inventaron una cultura con la complicidad de un alcalde viejuno que se llamaba Enrique Tierno GalvánEnrique Tierno Galván, y el viento que arrancó las cortinas polvorientas estuvo soplando hasta el amanecer.

Pero en la resaca aparecen los críticos culturales. Víctor Lenore madruga y llama al timbre de los juerguistas con cara de mala hostia. Su libro 'Espectros de la movida: por qué odiar los años 80' (Akal) es una bronca monumental. Explica cómo el sistema (el largo PSOE de Felipe González) premió y subvencionó una cultura absolutamente inofensiva mientras marginaba a otras más contestatarias. Analiza aquella alegre sobredosis de frivolidad señalando la absoluta falta de compromiso social, su idolatría al Todopoderoso Dios del Consumismo.

En la lista de delitos de la cultura 'mainstream' que ha redactado Lenore tengo algunas discrepancias, pero ninguna en lo referente a su visión del sexo y las relaciones humanas: por un lado abrieron un mundo de libertad y asesinaron el catetismo y el catecismo sexual; por otro, la lógica del capitalismo se había infiltrado en las relaciones humanas. Los solteros estaban 'en el mercado' e invertían en estética para incrementar su valor. La moda y la apariencia adquirieron el tamaño descomunal que tienen hoy.

En el mercado de los cuerpos y los afectos empezamos a vivir en el agobio de la elección, y ninguna pareja estable nos parecía suficiente bajo la sobredosis de la oferta. Con un temperamento que está entre Juan Manuel de Prada y Michel Houellebecq, Lenore asesta un golpe preciso en lo más hermoso que fastidió aquella época.