IDEAS

Canciones fosforescentes

Matthew Houck,  'Phosphorescent'.

Matthew Houck, 'Phosphorescent'. / periodico

Ramón de España

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Aplicado a los seres humanos, el adjetivo fosforescente no tiene siempre connotaciones positivas. Recordemos que para Jorge Luis Borges no había nada peor que lo que él llamaba un tonto fosforescente (término solo comparable al 'asno total' de Milan Kundera). Yo mismo, inspirado por mis maestros, suelo referirme a Xavier Sala i Martín como el economista fosforescente (que resulta un poco menos despectivo que su seudónimo habitual, El payaso de Micolor). Pero en el caso que nos ocupa, que es el del músico norteamericano Matthew Houck, alias Phosphorescent (Huntsville, Alabama, 1980), la fosforescencia solo puede contemplarse como algo enormemente positivo.

De joven, las epifanías musicales se producen a cascoporro, pero a ciertas edades la cosa ya cuesta un poco más. Encontrar un disco que te quite el sentido, como dicen los flamencos, y que te fascine de principio a fin es algo cada día más difícil: demasiada memoria, demasiadas referencias, demasiados años poniendo la oreja…La última vez que tuve una de esas epifanías fue en 2013 con el disco de Phosphorescent 'Muchacho', una obra grabada en estado de gracia, una mezcla de folk, psicodelia y extraña religiosidad que me llegó al alma. He tenido que esperar hasta 2018 para escuchar el nuevo disco de este hombre, 'C'est la vie', tal vez menos rutilante que el anterior, pero también menos melancólico, más festivo y, sobre todo, más fosforescente.

En estos cinco años, al bueno de Matthew le ha pasado de todo: se ha casado, ha tenido un hijo, se ha mudado de Brooklyn a Nashville y ha sobrevivido a una meningitis que un poco más y se lo lleva por delante: gracias a esto último,' C'est la vie' deviene el canto de optimismo de un superviviente. Antes de 'Muchacho', el señor Houck apuntaba maneras -aunque su disco de versiones de Willie Nelson se lo podría haber ahorrado, la verdad-, pero desde esa obra fundamental se ha convertido en el favorito de unos cuantos. No sé si muchos. Espero que no le pase como al protagonista de mi epifanía anterior, el gran Eef Barzelay, líder de los disueltos Clem Snide, que sobrevive como puede y actúa hasta en domicilios particulares para mantener a su mujer y a sus hijos: de verdad que lo de este pobre hombre cargado de talento no tiene perdón de Dios.

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