LA CLAVE

Rufián y los filósofos

Si Trump puede presidir EEUU, ¿por qué un tuitero sin más bagaje ni contribución que el desparpajo tabernario de un espabilado de barrio no iba a poder ocupar un escaño en el Congreso?

Gabriel Rufián, tras su rifirrafe con Josep Borrell, este miércoles en el Congreso.

Gabriel Rufián, tras su rifirrafe con Josep Borrell, este miércoles en el Congreso. / DAVID CASTRO

LUIS MAURI

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Que un tipo zafio y prepotente, capaz de jactarse de que los poderosos como él tienen vía libre para "agarrar a las mujeres por el coño", que un hombre sin más norte ético que el de satisfacer su narcisismo patológico y favorecer sus negocios y los de los suyos desde su atalaya pública, que un tipo con una talla intelectual para echarse a llorar haya sido elegido democráticamente líder máximo de la primera potencia mundial debería habernos puesto ya en guardia.

Donald Trump es el epítome de la degradación política y moral de estos tiempos inciertos e inquietantes, en ocasiones aterradores. Si Trump puede ser presidente de los Estados Unidos de América, no es de extrañar que un tuitero sin más bagaje ni contribución que el desparpajo tabernario de un espabilado de barrio pueda ocupar un escaño en el Congreso de los Diputados. Dicho sea esto con la disculpa y el máximo respeto a los muchos chulitos de barrio devorados por el desempleo y la marginación: es posible que el articulista no entienda gran cosa de política, pero algo sabe de barriadas obreras.

Disparo breve y rápido, impacto y respuesta inmediatos. La ley de la taberna global rige buena parte de la comunicación humana en el siglo digital. Y constriñe de manera muy especial la esfera política. Aquí, la fatal combinación de la ley de la taberna global con la crispación y la falta de ideas y argumentos racionales conduce a episodios tan sonrojantes como el de Gabriel Rufián en el Congreso o las sonadas broncas en el Parlament.

La escuela cínica

Hay quienes, como el escritor Andrés Barba, han creído ver en algunos apóstoles de la taberna global, particularmente en Rufián, la herencia de la escuela cínica de Antístenes y Diógenes. No parece más que un voluntarioso ejercicio retórico apoyado en un dilema tramposo: ¿Acaso es preferible el político saqueador que con total corrección formal niega saber nada y conocer a nadie que el diputado zafio e irrespetuoso? ¿Acaso no es más dañino el primero de ellos? La falsedad del dilema es evidente: no hay por qué quedarse con el mal menor, sea cual sea.

Qué infortunio, el de Jesús Gil. Resulta que fue un adelantado a su tiempo.