Apuntes de historia

Barcelona y las Brigadas Internacionales

El tiempo transcurrido nunca podrá hacer olvidar aquella gesta de solidaridad con la República del 14 de abril

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Marc Carrillo

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Otoño de 1938. En la avenida del 14 de abril, la Diagonal, la ciudadanía de Barcelona; el presidente de la II República, Manuel Azaña; el presidente de las Cortes, Diego Martínez Barrio; el presidente del Gobierno, Juan Negrín; el presidente de la Generalitat de Catalunya, Lluís Companys, jefes del Ejército republicano y dirigentes políticos despiden a 2.500 miembros de las Brigadas Internacionales. "Desde aceras atestadas, ventanas y balcones abarrotados y adornados con banderas (…), 300.000 españoles lloraban, vitoreaban, saludaban y lanzaban flores, confetis y notas de agradecimiento". Este es un extracto del relato del espléndido libro de Adam Hochschild, 'España en el corazón. La historia de los brigadistas americanos en la guerra civil Española'. Hace ahora 80 años.

La batalla del Ebro se acababa. El 15 de noviembre el Ejército popular de la República, a las órdenes del teniente coronel Manuel Tagüeña, iniciaba la retirada cruzando Flix en sentido inverso. La derrota era ya irremediable. El 26 de enero de 1939 Franco ocupaba Barcelona. El 27 de febrero, Francia y Gran Bretaña reconocían a la llamada España nacional, que desde el inicio de la guerra había gozado del fuerte apoyo militar y político de Hitler y Mussolini.

El régimen democrático de la II República estaba condenado a perder la guerra por la insolidaridad mostrada por las democracias europeas que, junto con Estados Unidos, facilitaron su derrota. También, a través de la política de no intervención, la prohibición de venta de armas y el apoyo directo a la venta de petróleo a Franco por empresas norteamericanas como la Texaco. Militarmente, la inferioridad republicana era manifiesta, a pesar del apoyo a todas luces inferior recibido de la Unión Soviética. Y por si quedaba alguna esperanza de sobrevivir, como así lo intentó con lucidez y coraje el presidente Negrín, a la espera de vincular el conflicto español con la segunda guerra mundial, la República recibió la puntilla política en la Conferencia de Múnich de septiembre de 1938. A fin de pacificar el expansionismo territorial del régimen nazi, que ya se había anexionado Austria, Chamberlain y Daladier dejaron a los pies de los caballos de Hitler a la también democrática República de Checoslovaquia.

Los brigadistas internacionales procedían de 55 nacionalidades distintas. En el desfile de Barcelona participaron combatientes de 26 países, movidos por la defensa de la libertad de los humanos. Procedían de todas las ideologías políticas. Eran hombres depauperados después de la terrible batalla del Ebro, que habían aprendido a combatir antes que a desfilar. Eran enfermeras que hicieron su labor médica con combatientes que, como los de la 'Quinta del Biberón', apenas habían superado la adolescencia. Y eran luchadores que al partir de Barcelona hacia sus países de origen no les esperaba un camino de rosas.

Por ejemplo, los americanos del batallón Lincoln fueron objeto de persecución política porque habían salido irregularmente de Estados Unidos para participar en una guerra de la que Roosevelt se desentendió. Unos brigadistas, algunos de cuyos bisabuelos habían sido propietarios de esclavos, otros eran hijos de familias acomodadas o sindicalistas, periodistas, entre ellos judíos, negros, etc., que para llegar a la zona republicana habían pasado clandestinamente por Francia, cuyo Gobierno de frente popular dirigido por León Blum no se atrevió a romper la política de no intervención. Muchos de ellos fueron víctimas del macartismo. Y otros, como los que procedían de la amiga URSS, lo fueron después del gulag estalinista.

En su célebre discurso de despedida a las Brigadas, Dolores Ibárruri, 'La Pasionaria', se dirigía las madres y mujeres españolas para que hablasen a sus hijos de los hombres de las Brigadas Internacionales que "lo abandonaron todo: cariño, patria, hogar, fortuna, madre, mujer, hijos y vinieron a nosotros a decirnos: ¡Aquí estamos!, vuestra causa, la causa de España, es nuestra misma causa, es la causa de toda la humanidad avanzada y progresiva". Hoy ya no vive ninguno.

Pero el tiempo transcurrido nunca podrá hacer olvidar aquella gesta de solidaridad con la República del 14 de abril, un intento dramáticamente frustrado de modernizar en la libertad, la razón y el laicismo a un país atrasado como era España. Una gesta de solidaridad frente al fascismo que, a pesar de las concesiones de Gran Bretaña y Francia con la Alemania nazi, poco después se expandiría por toda la Europa continental.