LO QUE LA VIDA NOS CUENTA

La otra batalla del Ebro

Molinos en Villalba dels Arcs (Terra Alta).

Molinos en Villalba dels Arcs (Terra Alta).

JOAN BARRIL

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De todos los puntos cardinales de la brújula siempre hay algunos que son los preferidos. Los antiguos colonos americanos iban hacia el oeste, los místicos espiritualistas decidieron creer que el Oriente era la puerta de los sueños. Las mejores coordenadas de la libertad se encontraban en el norte. Pero nadie iba hacia el sur. Como decía Benedetti, «el sur también existe». Y hacia el sur se ha de ir de vez en cuando, huyendo de esos paisajes de calendario y esas manchas de vacas mojadas. En el norte la piedra construyó el románico. En el sur la misma piedra sirvió para afianzar los marjales, para hacer caminos de herradura o para construir cabañas donde resguardarse de la lluvia.

En el sur de Catalunya hay motivos para sentirse orgullosos de nuestros antepasados, esa gente que no hizo los prados ni plantó los bosques, sino que creó un paisaje hecho por el hombre y para el hombre. Las piedras del sur de Catalunya han servido para evitar que se perdieran las raíces, pero también han sido útiles en las batallas. La batalla del Ebro no hubiera podido resistir tantos meses de no haber sido por esas piedras que consolidaron las trincheras y los puestos de mando. Camino por un sendero que va de La Fatarella al mausoleo de Les Camposines. De vez en cuando llovizna y siempre hay algún lugar erigido por los combatientes para refugiarse, antes de las bombas hoy de la lluvia. ¿Quién vivió aquí en estas zanjas que de cuando en cuando nos ofrecen un obús letal, un cráneo agujereado o un arma inservible? En estos parajes de la batalla del Ebro se percibe la diferencia entre los soldados y los guerreros. Un soldado aspira a la victoria. Un guerrero lo que desea es la batalla. La batalla les hizo suyos y cuando tuvieron que batirse en retirada lo hicieron dejando en La Fatarella a un millar de resistentes que consiguieron ganar 48 horas para que el grueso del Ejército republicano pudiera regresar a la ribera derecha del río. De aquellos mil hombres y muchachos de la quinta del biberón muy pocos sobrevivieron. Bajo los pinos de la Terra Alta hay muchas cosas por aprender y por recordar.

Ha pasado mucho tiempo desde entonces. Y ahora que parece que el mundo empezó en 1714, conviene recordar también a los que desaparecieron en una guerra cercana. Caminando por las calles mojadas de ese pueblo que vio cómo la guerra empezaba cuando llegó una columna de la FAI a exigir la colectivización de las tierras y que se acabó con el asesinato de más de 30 payeses, es inevitable pensar en los secretos de la memoria que se encuentran en cada casa. Los jóvenes se van y las callejas de La Fatarella, antigua villa árabe, se enfrentan hoy a una nueva batalla del Ebro. Dicen: «Somos el vertedero de Catalunya. Todo aquello que no quieren en otras partes lo traen aquí». Y ahí están los lodos subfluviales de Flix o las misteriosas partículas radioactivas de Ascó. En la crestas de los montes cercanos se levantan los aerogeneradores. De día van rotando sus aspas sobre la niebla con un flis flas agorero. De noche el paisaje parece un árbol de Navidad lleno de lucecitas rojas en cada molino de viento. ¿Cuánto gana el propietario de un terreno que se presta a ver cómo las banderillas tecnológicas se clavan en sus bosques y campos? Enre 3.000 y 4.000 euros al año. Menos da una piedra, de esas que han construido un país y un ámbito para reflexionar. Primero fueron los bombardeos que arrasaron Corbera y otros pueblos de esa comarca. Hoy son las aspas de una energía que instrumentaliza el paisaje y convierte el viento en un mineral precioso para las industrias que saben aprovecharse de su energía.