Análisis

Sin vergüenza

Los populismos como el de Trump empiezan con un lenguaje incendiario y acaban arrasando la convivencia, minando los valores y erosionando la democracia

Cristina Manzano

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Lo que pasa con los populismos es que siempre el poder acaba yéndoseles de las manos. Lo que empieza como un recurso para llegar a él, con un lenguaje incendiario, acaba como un fuego que, como poco, arrasa la convivencia, mina los valores y erosiona la democracia. Siempre ha sido así y estos neopopulismos del siglo XXI no parecen ir a cambiar de patrón.

Y sí, siempre empieza por el lenguaje. En un país cansado de lo "políticamente correcto", el presidente Donald Trump optó ya desde su campaña por invocar los más bajos instintos, ya fuera contra las mujeres, los homosexuales, los negros o los inmigrantes. A estos últimos los ha llamado animalesvioladorescriminales; ha dicho que las calles están infestadas de ellos. Ha convertido a millones de personas no solo en objeto de su ira, sino en seres sin dignidad que no merecen el más mínimo respeto ni compasión. Es el lenguaje el que ayuda a deshumanizar al otro, y a naturalizar comportamientos y actitudes que pensábamos extirpados de nuestras sociedades.

Hace décadas que la política migratoria de Estados Unidos no es un camino de rosas, pero la doctrina de "tolerancia cero" de Trump y su celo a la hora de aplicarla han llevado a la situación actual. La separación de niños y padres, basada en una estricta interpretación de la ley, no es más que un esfuerzo de la Administración estadounidense por disuadir a los que aspiran a cruzar ilegalmente la frontera. Una moneda de cambio como cualquier otra. Sin ningún pudor; sin vergüenza. Sin que importe que lo que hay detrás son las vidas de miles de seres humanos.

Pero las brutales imágenes de niños arrancados de sus padres, los insoportables sonidos de su llanto, han sido demasiado hasta para los más fieles del presidente, empezando por su esposa, Melania, y por su hija Ivanka, y siguiendo por las cuatro anteriores primeras damas que han alzado su voz en contra.

Ignominia

En un momento pudo parecer que la reacción generalizada por la ignominia con la que se ha manejado la crisis podía pasarle factura a Trump. Según una encuesta de la Universidad de Quinnipiac, el 66% de todos los votantes están en contra de la separación de las familias; el 55% de los que se decantan por los republicanos, sin embargo, la apoyan. Y la decisión de firmar una orden para frenar las separaciones desviará sin duda el foco de atención, pese a que no será fácil para los 2.300 menores ya afectados volver a encontrarse con los suyos.

Mientras, seguiremos aferrados a la esperanza de que, en algún momento, una de estas aberraciones acabará estallándole en la cara al presidente. También habrá que confiar en que las elecciones de noviembre terminen con el dominio republicano en el Congreso. Tal vez así el partido del elefante comenzará a plantearse, en serio, si seguir dando su apoyo a su improvisado líder.

Lamentablemente, el mal uso del lenguaje se está convirtiendo en algo habitual, no solo en EEUU. Hoy mismo el ultraderechista y xenófobo ministro del Interior italiano, Matteo Salvini, llamaba a los migrantes "carne humana". No se puede bajar la guardia. Hay que seguir denunciando y clamando en contra de todo intento de naturalizar la aberración.