Cuatro meses después del 21-D

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Sonia Andolz

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Cuatro meses después del 21 de diciembre, los catalanes seguimos sin gobierno, sin solución al conflicto sobre la soberanía de Catalunya y con una sociedad cada vez más cansada, herida, enfrentada y que se silencia mutuamente. Hay varias narrativas solapadas y que actúan bajo la lógica de acción-reacción sin necesariamente escucharse. Se retroalimentan en la confrontación llevándola de la calle al Parlament y viceversa. Y de Madrid a Barcelona y de vuelta. El ritmo es vertiginoso y tremendamente lento a la vez. No es momento de parar, deben pensar algunos políticos. Hay que seguir adelante en el choque de trenes hasta que uno descarrile. Frenada en seco, dicen otros. Retroceder, repensar y cambiar de estrategia. No está claro si hay un camino adecuado pero, sea el que sea, debería pasar por reducir el agravio que siente gran parte de la población.

Por un lado, los ciudadanos independentistas sienten en gran medida una persecución judicial del Estado totalmente arbitraria, desproporcionada y con finalidad política. Es cierto que en los últimos meses ha habido acciones y decisiones que se sitúan fuera de la legislación vigente y que podían ser investigadas para decidir si ha habido delitos de algún tipo. Ahora bien, los cargos de los que se acusa a los políticos y activistas catalanes, la prisión preventiva sin fianza y los avisos judiciales que reciben de forma minoritaria pero incesante manifestantes, concejales, activistas e incluso periodistas proindependencia van calando entre sus entornos directos y la sociedad como una forma de castigo colectivo minando la voluntad grupal.

Por el otro, los ciudadanos que asistieron horrorizados al reconocimiento de los resultados del 1-O, que después vieron cómo la mitad de sus conciudadanos volvían a apoyar opciones independentistas y que creen que es un camino incorrecto y fuera de los márgenes de la legalidad, sienten como propio el duelo por una España que se rompe, se enfurecen con un sector que se aleja de lo que entienden como correcto y se los quiere llevar con ellos y reclaman mayor dureza de los gobernantes para poner fin a la situación.

Estas dos opciones tan alejadas, con muchos puntos intermedios, tienen pocas cosas en común. Precisamente en situaciones de conflicto es cuando esos puntos de encuentro deben señalarse y valorarse: el dolor, la frustración, el pesar o la ira respecto al escenario actual. Sí, por motivos exactamente contrarios, es verdad, pero el sentimiento se asemeja y nos acerca como humanos. Empezar por reconocer ese dolor en los demás, sin deshumanizarlos, es solo el inicio. Dejar de establecer un “ellos” y un “nosotros” cuando hablamos de ciudadanos – sí tiene más lógica si se habla de instituciones o partidos concretos – que confronta automáticamente sin matices ni explicaciones sólo convierte el escenario caótico en un choque a dos bandas. Todos salimos perjudicados puesto que el resultado es siempre una lógica de vencedores y vencidos. En las guerras, es terrible. En los conflictos políticos, inaceptable.