AL CONTADO
No hay muchos ricos sino demasiados pobres
La redistribución de riqueza se hacía antes con el sistema fiscal, pero este prima ahora de forma creciente e implacable al capital frente al trabajo
Agustí Sala
Redactor jefe de Economía
Además de El Periódico, trabajé de 1989 a 1990 en La Economía 16, como responsable de Economía en el Diari de Barcelona, de 1989 a 1990; en la sección de Economía de TVE Catalunya de 1987 a 1989, en Antena 3 de Radio, de 1985 a 1987 y en el Diari Menorca, de 1983 a 1985 y Radio 80-Menorca. Además la licenciatura en Ciencias de la Información por la Universitat Autònoma de Barcelona (1992-1986), tengo un posgrado en dirección general (PDG) 2011-2012y un curso de Márketing Digital y Redes Sociales por la EAE Business School
Agustí Sala
Ser rico no es delito. Evidentemente, siempre que se haya alcanzado ese estatus de forma legal y en el contexto ideal de que la igualdad de oportunidades y la meritocracia funcionen sin trabas. No es malo que haya ricos ni que la recompensa sea mayor para quien más se esfuerza. Para una sociedad es bueno que haya quienes invierten parte de su fortuna en crear riqueza y empleo.
El problema de la desigualdad, que esta semana ha puesto de nuevo sobre la mesa Oxfam IntermónOxfam Intermón y, de forma menos contundente, el Foro Económico Mundial que se ha celebrado en al ciudad suiza de Davos, no tiene que ver mucho con el hecho de que haya muchos ricos. La cuestión de fondo es que, a tenor de la evolución de los datos, existen demasiados pobres que, además, cada vez lo son más.
El crecimiento que ha regresado tras varios años de crisis no llega a todos. Es una evidencia. No es inclusivo a escala global ni en países como EspañaEspaña, como refleja un indicador creado por el Foro de Davos. Al contrario, se concentra cada vez más en menos manos.
Altos directivos
Una élite lo es porque se lo ha ganado y otra, de forma creciente, por herencia. Pero además gana peso una nueva casta selecta de altos cargos y directivos que se han adueñado de las empresas de las que no son en realidad los propietarios. Todo ellos se comen cada vez una mayor parte del pastel y el resto, cada vez menos, como advierten economistas como Thomas Piketty.
La solución no es el igualitarismo. El resultado de los regímenes comunistas, donde unos pocos se apoderaban también del grueso de la riqueza y el resto se repartían iguales proporciones de migajas, es la prueba de que no es la panacea. Para que una sociedad prospere deben haber incentivos y estímulos para mejorar. Y no hace falta que sean de unos a costa de los otros. Basta con facilitar la igualdad de oportunidades con un acceso más fácil a la salud o la educación.
La vía para la redistribución de la riqueza siempre había sido el sistema fiscal, pero este hoy prima, de forma creciente e implacable, al capital sobre el trabajo capital trabajo. E incluso se desfiscalizan las herencias (algunas), de manera que quien recibe una fortuna como legado parte con ventaja sobre quien no la tiene y se gana la vida con un salario que, por cierto, tiende a decrecer más que a subir.
El sistema falla. Le da facilidades a quien ya tiene y no ayuda mucho a quien vive inmerso en las dificultades. Es un modelo difícil de entender. Y más cuando lo defienden aquellos que abogan por el liberalismo y que cada uno se forje su propio futuro. Pero, creánme, en realidad, están a favor del igualitarismo. Para quienes no son ricos, claro.
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