Análisis
Trump e Israel: amigos que matan
A Israel, que siempre saca petróleo del 'statu quo', no le conviene quedarse sin una ANP al otro lado del muro
Joan Cañete Bayle
Subdirector de EL PERIÓDICO.
Periodista y escritor. Transición digital y audiencias. Entre otros trabajos, ha sido corresponsal en Jerusalén y Washington DC. Autor de las novelas 'Expediente Bagdad' (junto a Eugenio García Gascón) y 'Parte de la Felicidad que Traes', y del ensayo sobre el conflicto palestino-israelí 'Muros, bosques, tumbas: Un periodista en Jerusalén'
JOAN CAÑETE BAYLE
Alguien –seguramente del Gobierno israelí, porque Washington no tiene embajador en Tel-Aviv digno de tal nombre–, debería enviarle a Nikki Haley, la embajadora de EEUU ante la ONU, o al mismísimo Donald Trump un vídeo de las salidas del cole de Gaza. Salidas, en plural, porque hay tantos niños en la franja que la mayoría de colegios se organizan en dos turnos, y algunos hasta en tres, para dar cabida a tanto crío. A la hora de salir y de entrar del cole, una marabunta infantil que parece surgida de la nada, vestida de uniforme y muy ruidosa, como debe ser, toma las calles de Gaza. Decenas y decenas de niños palestinos, el futuro. Muchos de ellos son refugiados, hijos, nietos y hasta bisnietos de refugiados, procedentes de aldeas literalmente borradas del mapa en lo que hoy es Israel. Estos niños van a escuelas de la Agencia de Naciones Unidas para los Refugiados de Palestina (UNRWA en sus siglas en inglés). A esta agencia, y en general a la Autoridad Nacional Palestina (ANP), han amenazado Haley y Trump con retirar la ayuda económica si los palestinos no vuelven a la mesa de negociación, vacía desde el 2014 (es un decir).
Dejando de lado la obviedad de que el chantaje (al menos tan descarnado y a base de tuits) no suele ser la mejor forma de forjar confianza entre las dos partes de un conflicto, no hace falta ser un lince para deducir qué sucedería con las escuelas y con los niños que estudian en ellas si UNRWAdejara de tener financiación.
Cooperación y asistencia
Al margen de su aportación a las arcas de la ONU, EEUU dedica cada año 400 millones de dólares a Palestina, divididos entre su agencia de cooperación (USAID) y la ayuda directa a la ANP. Con este dinero (y el del resto de la comunidad internacional), la ANP ofrece servicios y paga salarios, UNRWA palía las míseras condiciones de vida de los refugiados y decenas de ONG internacionales y palestinas llevan a cabo decenas de proyectos.
Es gracias a este entramado entre cooperación, asistencia a los refugiados y ayuda directa a la ANP que la situación económica y social en los territorios ocupados no es peor de lo que ya es. Y, por tanto, explosiva. Además, aunque no es ese su objetivo, este sistema permite que Israel no asuma su responsabilidad administrativa como ocupante (educar a los niños de Gaza, por ejemplo), que los palestinos, como mercado cautivo, consuman productos israelís y que las fuerzas de seguridad palestinas les hagan el trabajo sucio en Cisjordania.
Las amenazas de Trump y Haley prueban, de nuevo, su ignorancia o indiferencia por las dinámicas de Oriente Próximo. Más allá del chantaje, hay que prestar atención a la tendencia: ruptura del statu quo, irrelevancia de los palestinos, arrinconada y humillada y sin nada que ofrecer, ni que perder, la ANP. A Israel, que siempre saca petróleo del statu quo, no le conviene quedarse sin algo parecido a una ANP al otro lado del muro. A veces, hay amigos que matan.
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