ANÁLISIS

La cruzada de Trump

Vista de Jerusalén, fotografiada el 1 de diciembre.

Vista de Jerusalén, fotografiada el 1 de diciembre. / periodico

JOAN CAÑETE BAYLE

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Hay que agradecerle a Donald Trump que con su desacomplejada mezcla de ignorancia, arrogancia, vanidad y egoísmo haya dado el paso de formalizar lo que desde hace años son unas cuantas verdades en el llamado conflicto palestino-israelí. Por ejemplo: que EEUU no es un mediador de buena fe e imparcial entre las dos partes. Que lo que digan, sienten o piensen los palestinos no tiene el mínimo peso en el devenir de los acontecimientos (y mucho menos sus derechos). Que  el liderazgo palestino no es más que una fachada, y que da igual lo que haga, cuántos deberes intente cumplir, que nunca será tratado en pie de igualdad en un conflicto con una correlación de fuerzas profundamente desequilibrada. Que lo que opine el resto de la comunidad internacional no tiene ninguna influencia sobre el binomio Washington-Tel-Aviv. Que la solidaridad de los «hermanos árabes» con  los palestinos es algo peor que retórica vacía: una falsedad que se cobra en sangre lo que se vende en petróleo.  Que la legalidad internacional y las resoluciones de la ONU no tienen la más mínima importancia cuando de Israel y EEUU se trata.  Que los palestinos están solos, a su suerte, y son débiles. Que el proceso de paz es una cortina de humo, que la solución de los dos Estados está muerta y enterrada. Que ser fuerte y tomar decisiones sustentadas por la fuerza da réditos. De Teherán a Pyongyang, de Riad a Pekín, de Moscú a Estambul, se toma buena nota de este hecho: primero construye asentamientos, y después niégate a responder preguntas. Funciona.

Trump certifica con su decisión de reconocer a Jerusalén como capital de Israel y trasladar allí la embajada de EEUU lo que es la realidad: Jerusalén no es una ciudad en disputa, es una ciudad conquistada y ocupada militarmente, primero en 1948, después en 1967. ¿Capital de Israel a ojos de Washington? Nada cambiará en el día a día de los jerusamelitas palestinos por el hecho de que la embajada se traslade de Tel-Aviv a su ciudad. Su vida continuará siendo tan miserable como hasta ahora, atrapada en esa basta y vasta red de violencia que, para resumir, se llama ocupación. Es muy probable que corra la sangre, –mucha o poca, está por ver, siempre demasiada en cualquier caso–, en las calles de Jerusalén y de otras ciudades árabes y musulmanes. Pero eso ya lo saben Trump y el ala extrema del extremo Partido Republicano que gobierna EEUU.

Islamofobia

Binyamin Netanyahu aplaude la decisión, pero hubiera podido vivir perfectamente con el statu quo actual, no es esta una decisión que beneficie al Estado de Israel. La sangre palestina que pueda derramarse se le atribuirá a él, cuando en realidad manchará las manos de Trump. Esta no es una decisión política en el marco del conflicto palestino-israelí. Esta es una decisión religiosa en el marco de la guerra racista e islamófoba impulsada por Trump y que cuenta con muchos seguidores en EEUU. Cierto, Trump busca apoyos internos erigiéndose en el mejor amigo de Israel. Pero eso es un además. Lo que Trump tiene entre manos es una cruzada.