Al contrataque

Lo más extraño está por venir

Tras las elecciones todo es casi igual y todo casi distinto. ¿Y si esto fuese un enorme juego de rol?

XAVIER SARDÀ

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Bueno, aquí estamos tras las elecciones. Todo casi igual y todo casi distinto. ¿Y si esto fuese un enorme juego de rol?  Stranger Things es una serie en la que un grupo de teenagers se dejan llevar por un fantasioso juego de rol de mesa. Juegan en el sótano de Mike. En la serie se utilizan elementos del juego para dar sentido tétrico a las situaciones inexplicables con las que se van encontrando. Vamos a recrear una adaptación casolana y poselectoral del juego. Todo textual, cambiando solo los nombres.

El juego se llama Calabozos y Dragones, que ya de por sí resulta bastante explícito. Mariano, actuando como Maestro de la Mazmorra, convocó a un ejército de trogloditas antes de convocar el Demomorgon, el Príncipe de los Demonios.

Inés fue instada a lanzar a Puchi una bola de fuego y atacarlo, mientras Junqueras aconsejaba que se lanzara un hechizo de protección. Domènech intentó disparar la bola de fuego, pero solo rodó un siete cuando necesitaba catorce o más.  La niña que votó por Puigdemont es clavadita a la todopoderosa protagonista Eleven, con otro peinado.

Iceta fue derrotado por Demomorgon. En una misma coincidencia, Albiol fue secuestrado por un monstruo en la vida real poco después de que terminara la «campaña» (sic).

Más tarde Rajoy volteó el tablero de juego al revés para explicar por qué Puigdemont estaba atrapado en una dimensión alternativa: «Una dimensión que es un oscuro reflejo o eco de nuestro mundo». Especialmente llamativo es el capítulo de la otra «campaña de Nochebuena» en que se cortan las siete cabezas (sic) del PP.

El juego de la oca

Claro que también podríamos hacer referencia a juegos más clásicos. En el siglo XVIII aparece en Florencia el juego de la oca, y tras las elecciones estaríamos sin duda en la casilla de la calavera, desde la que se retorna a la primera casilla y se vuelve a iniciar el largo y penoso camino. Ahí está la casilla del pozo, de la que uno no puede salir hasta que caiga allí otro jugador y te rescate, y la de la cárcel, en la que estás dos o tres turnos sin jugar.

Luego está el mus, que se considera un juego de honor en el que se presume y se espera que los jugadores se comporten honestamente y de acuerdo con el reglamento o «costumbres legales». El tema es que después de las elecciones lo de las «costumbres legales» sigue suponiendo un abismo insuperable. Cada cual ve la realidad desde su legalidad costumbrista.

En el mus no se hace distinción de palos y el rey (no el president de la república) es el que tiene mayor valor. Más lío. Por si fuera poco, en el juego se pueden hacer faroles para comprobar si el otro entra al trapo o no. Eso sí, si hay algún error repartiendo las cartas, se repite todo el proceso… ¿electoral?

¡No hagan juego, señores!