La ciénaga del Potomac
Borja Vilallonga
Periodista e historiador.
Borja Vilallonga
Hace unos días mantuve una reunión con un antiguo lobbista republicano en Washington D.C. Con un impecable currículum orgánico en el G.O.P. (Grand Old Party, denominación del partido Republicano), esa persona abandonó la escena política poco después de la victoria de Trump. Su análisis y receta eran claros: “Huye de todo lo que sea político en estos momentos. Nada funciona. Nada es certero. El caos es absoluto.”
Sus palabras resuenan hoy con mucha fuerza, luego de saberse la magnitud de la trama rusa de Trump. Washington D. C. ha vuelto a su estado natural: el de una maloliente ciénaga del río Potomac, donde la porquería que arrastra el cauce fluvial se acumula.
El que fue jefe de campaña de Donald Trump, Paul Manafort, y su socio, Rick Gates, se entregaron al FBI el lunes. El responsable de la investigación sobre los contactos rusos de Trump, Robert S. Mueller III, afirmó que Manafort y su socio son responsables de lavado y evasión de capitales y fraude fiscal. Se añaden a los 18 cargos en su contra, su actividad y pagos recibidos en favor de las operaciones rusas durante la campaña. En ese sentido, Manafort fue despedido como jefe de campaña al saberse que había recibido 12 millones de dólares de Viktor F. Yanukovych, expresidente de Ucrania y fervoroso defensor del Kremlin de Putin.
A este nuevo episodio de la trama rusa, se añade la confesión y declaración de culpabilidad del exasesor de campaña de Trump, George Papadopoulos. Papadopoulos ha acabado reconociendo que mintió al FBI sobre sus contactos con representantes oficiales rusos acerca de los correos electrónicos hackeados a Hillary Clinton durante la campaña.
Para cerrar el sainete pantanoso del Potomac, Trump acusa Mueller y su equipo de trabajar al servicio de los demócratas—obviando que Mueller es republicano y sirvió en la administración Bush. A ello, se le añade el papel de los demócratas de incentivar la investigación de la conexión rusa de Trump pagando a empresas privadas para que llevaran a cabo el trabajo. Trump ha utilizado este hecho para desacreditar toda veracidad de las acusaciones y pruebas presentadas por Mueller y su comité.
Presidencia hundida
La polarización y crispación a la que se ha llegado en la política americana recuerda al lamentable nivel español. Como tantos otros en España, Trump se ha acostumbrado a negarlo todo, a difundir una burda y simplona red de mentiras, y a aferrarse al poder. Lo que para los españoles es una miserable práctica política habitual, para los americanos es una novedad.
La presidencia de Trump es cada día más débil y está más hundida. La conexión rusa es cada vez más evidente y opresiva. El asedio mediático y político no ceden.
A pesar de ello, no hay signos de que Trump ceda en nada; al contrario. El presidente impulsa aún más el caos reinante, tanto entre los suyos como entre toda la clase política. Pase lo que pase, Trump ha inaugurado un nuevo estilo, sacado de la peor cultura del dinero de Nueva York. Queda por ver hasta qué punto este estilo va a hacer mella en la política americana.
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