1-O: Aprender de nuestros errores
Para algunos, la unidad de España viene rompiéndose desde que Catalunya quiso reformar su Estatut por cauces constitucionales. Hay que redimensionar los agravios históricos
Enric Hernàndez
Director
Director de EL PERIÓDICO desde el 2010 y licenciado en Ciencias de la Información por la Universitat Autònoma de Barcelona. En 1998 se incorporó al diario como redactor jefe de Política en Madrid. Un año más tarde, asumió la jefatura de la delegación y, en el 2006, fue nombrado subdirector. También trabajó en 'El País' como director adjunto y en el diario 'Avui', donde inició su carrera profesional.
ENRIC HERNÀNDEZ
Una “vulneración flagrante” de la Constitución. “Gravísimo socavamiento del marco legal que acordaron los españoles en 1978.” “Encrucijada histórica para la continuidad constitucional de España.” “Abolición del Estado democrático.” Con estas y otras enormidades se ha editorializado en Madrid sobre la propuesta del Parlament de Catalunya. Solo que las aquí reproducidas no versan sobre las leyes de ruptura y la convocatoria del referéndum unilateral de 1-O; están entresacadas de un diario cualquiera y datan del 2005, cuando el Parlament envió a las Cortes, para su discusión, la reforma del Estatut.
Frente a la memoria, siempre falible y selectiva, la bendita hemeroteca resulta muy útil para situar las cosas en su justo contexto y redimensionar los agravios históricos. Ante una propuesta catalana tramitada por el conducto reglamentario y bajo los cánones constitucionales, la reacción de la derecha y parte de la izquierda españolas fue absolutamente desproporcionada: tronaban editoriales y tertulias, se recogían firmas contra el Estatut, se organizaban manifestaciones en defensa de la unidad de España, se promovían boicots, se alentaba la catalanofobia...
Aquella sobredimensionada afrenta constitucional palidece hoy ante lo que está aconteciendo en el Parlament, donde, ahora sí, se pretende liquidar con malas artes el Estado de derecho y los pactos de convivencia, la Constitución y el Estatut, refrendados en las urnas por los catalanes. Pero los epítetos que merece este conato de desconexión no son mas gruesos que los proferidos 12 años atrás. No podrían serlo.
DE LA DEBILIDAD, VIRTUD
Si difieren los liderazgos políticos. El opositor Mariano Rajoy, que en el 2005 arrastraba el estigma (y al equipo de guardia) del 11-M, aprovechó el Estatut para declarar su propia guerra. Y los barones que tanto se escandalizaron con la Carta catalana la acabaron replicando en sus territorios.
Hoy, haciendo de la debilidad virtud, Rajoy se apoya en Pedro Sánchez Pedro Sánchez , desoye a los halcones que exigen venganza y mide su respuesta al desafío catalán para no ensanchar la base social del independentismo. De los errores también se aprende.
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