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Sangrando al melómano

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RAMÓN DE ESPAÑA

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Consejo de amigo: cada vez que aparezca una nueva edición remasterizada y llena de añadidos a cual más superfluo de algún clásico del pop, no piquen, ahórrense el dinero y, a lo sumo, vuelvan a escuchar el disco en cuestión en su ejemplar de toda la vida, ya sea en vinilo o en cedé. A fin de cuentas, ¿qué van a encontrar en esas ediciones? ¿Canciones descartadas del original? Pues si las descartaron sería por algo, ¿no? ¿Un sonido del copón que solo disfrutarán los músicos o los fanáticos más desquiciados, que se apresurarán a declarar que por fin escuchan la obra maestra como Dios manda? ¿Un librillo con fotos inéditas que todo el mundo conoce? ¿Versiones alternativas y defectuosas de canciones que ya se saben de memoria? Ya entiendo que quedamos cuatro o cinco personas en toda España que, de vez en cuando, compramos un disco, pero no hace falta intentar sangrarnos con nuevas y onerosas ediciones de álbumes que llevamos incrustados en las neuronas desde hace décadas.

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Viene a cuento este exordio de la nueva edición del 'Sgt Pepper's Lonely Hearts Club Band' de los Beatles, de cuya publicación se cumplen estos días 50 años. El disco ha sido remasterizado por el hijo de George Martin, Giles, como si el talento fuese hereditario. La edición de lujo incluye cuatro o cinco discos, un libro, un DVD y no sé cuántas fruslerías más: solo le falta una ouija para intentar contactar con John Lennon y George Harrison en el más allá. La excusa es la de siempre: que ahora se podrá escuchar el álbum de la mejor manera posible. Puede ser, pero la alegría de haberlo escuchado en su momento no la vamos a recuperar, de la misma manera que no tendremos una epifanía cuando veamos la versión restaurada de 'Ciudadano Kane' o cualquier otro clásico del cine.

Aquí lo que se impone es sangrar al fanático y al completista, que son hoy en día los principales consumidores de discos, ya que todo el mundo se baja la música de la red o se engancha a Spotify o al económico servicio de descargas de Amazon. Las discográficas van a por el fetichista, a por el coleccionista, a por el maníaco sonoro, y así siguen ingresando dinero por una obra amortizada hasta la náusea. ¡A robar a Sierra Morena!

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