el conflicto territorial

La palabra 'democracia'

Parece que España sufre una mortal gangrena democrática de la que Catalunya solo puede librarse mediante la extirpación

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ENRIQUE DE HÉRIZ

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Los habitantes adultos de una determinada comunidad someten al voto la elección de unos representantes que, reunidos en el foro establecido para tal fin, aprobarán las leyes por las que debe regirse la convivencia entre dichos habitantes. Voluntad popular y respeto a la ley. No hay definición posible de la democracia en ausencia de cualquiera de esos dos términos. 

El independentismo se ampara en una deliberada tergiversación léxica: dignifica su posición con el inconcreto pero eficaz «soberanismo» porque la palabra «secesión» está teñida de mal rollo; invita a la desobediencia en nombre de la democracia y afirma defenderla promulgando algo tan ajeno a la democracia como una ley clandestina; usa sin vergüenza el invento franquista del «Estado español» para referirse al Gobierno central y, de paso, atribuye a todo el pueblo de la aparentemente impronunciable España una maldad teatral, muy parecida a la del imperio de la Guerra de las Galaxia; señala la bandera de la plaza de Colón como pura exhibición patriotera y defiende las de decenas de rotondas de las carreteras catalanas como digna expresión de la voluntad popular; arremete contra la sacralización de la Constitución y de la unidad territorial como bien supremo, obviando que la modernísima y superdemocrática constitución de una nueva Catalunya independiente incluiría, como en toda democracia que merezca tal nombre, la unidad territorial como bien supremo. Y también la exigencia de reunir por lo menos un 60 % de escaños (o tres quintos) para proponer siquiera el menor cambio estructural.

UTOPÍA PROGRESISTA

Suscribo buena parte de las pocas propuestas concretas que conforman el sueño de un país nuevo. Sin embargo, cuando sugiero el traslado de esa utopía progresista al conjunto de España me contestan que no es posible. Que España padece una especie de mortal gangrena democrática de la que Catalunya solo puede librarse por medio de la extirpación. Ese argumento esconde una actitud supremacista y profundamente retrógrada. No se puede defender que España es facha sin remedio mientras que Catalunya tiende por inercia al comportamiento democrático, sin sostener en paralelo que los catalanes gozan de alguna clase de superioridad genética o geográfica: parece que lo llevamos en la sangre, nacemos más demócratas, amén de mucho más europeístas y, por recurrir al término de moda, mucho más 'cool' que esa España cañí, rancia y retrógrada por definición.

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El Gobierno español responde a eso con unas prácticas políticas que no serán 'low cost', pero son 'low quality' sin discusión posible. Los niveles de corrupción apestan; la judicialización de la política, sumada a la casi inexistente separación de poderes, paraliza cualquier iniciativa que amenace con cambiar el 'statu quo'; la actividad parlamentaria se ha vuelto mediocre y mezquina hasta extremos sonrojantes. Suele decirse que el presidente se pone de perfil ante los problemas importantes; es eficaz como metáfora, pero falso: está de espaldas.

GOBIERNO Y ESTADO

Mientras tanto, el independentismo atribuye a todas esas faltas y carencias una condición estructural, cuando son claramente coyunturales. Se dice «el Estado español es antidemocrático» en vez de «el Gobierno central mantiene comportamientos antidemocráticos.» Es reduccionista, burdo y falaz, pero funciona.

En las últimas manifestaciones en apoyo de la clase dirigente catalana, la cabecera luce a todo tamaño la palabra "democracia". No es una pancarta. Son letras sueltas, moldeadas en no sé qué material. Muy de 'disseny'. Como tengo cerebro de novelista, me da por imaginar el sótano oscuro en el que descansan entre una mani y la siguiente, el funcionario que les saca brillo a primera hora de la mañana y, tal vez con un golpecito suave en el lomo, les susurra: «Venga, que hoy os toca salir» y las anima a lucir toda su belleza.

INTERCAMBIO DE LETRAS

Como en los inolvidables chistes de Gila, los dos bandos de esta insoportable disputa podrían intercambiarse esas letras, ya que ambos afirman salir a la calle en defensa de la democracia. Eso sí, sería fundamental, en ambos lados, mantener el orden a la hora de lucirlas.

Con esos mismos moldes caligráficos se pueden formar, entre otras, algunas palabras susceptibles de ser malinterpretadas: "mercado", "circo", "carcoma" y "mareo". O incluso podría suceder que alguien les arrebatara esas letras de las manos y recompusiera el orden para mandarlos, en dos palabras, a "comer" algo que empieza por "m", y que la educación, y probablemente las normas de estilo de este periódico, me impide deletrear.