Socialdemocracia y redistribución: la dura realidad
Una agenda igualitarista debería innovar en cuatro áreas: regulación, gasto, ingreso y gestión
José Antonio Noguera
Profesor de Sociología de la UAB. Analista de Agenda Pública.
“Socialdemocracia” es hoy un concepto disputado, pero sería fácil admitir que dos de los objetivos declarados de la misma han sido la lucha contra la pobreza y la reducción de las desigualdades, y que uno de sus instrumentos fundamentales (si no el principal) para conseguirlos son las políticas de redistribución de la renta. Los políticos socialdemócratas se complacen en repetir que, cuando ellos gobiernan, a diferencia de cuando lo hace la derecha, consiguen avances sustanciales en ese sentido.
Apoyo a las clases medias en detrimento de una mayor audacia redistributiva
Sin embargo, aun concediendo la honestidad y buena voluntad de algunos de ellos, los datos son tercos: en el caso de España (pero también de otros países) muestran la enorme dificultad de alterar sustancialmente la desigualdad en la distribución de la renta y de reducir de forma drástica la tasa de pobreza. Incluso durante los años más pretendidamente “socialdemócratas” que ha vivido España en tiempos recientes (la primera legislatura de gobierno socialista de Rodríguez Zapatero, de 2004 a 2008), no hubo avances en la reducción de la tasa de pobreza monetaria y de la desigualdad de renta (medida por el índice de Gini). Según la OCDE, España tenía un Gini idéntico en 2004 y en 2008 (0,33), y algo más alto en 2011 (0,34). La tasa de pobreza no se movió (21%). La brecha de la pobreza (que mide la intensidad de la pobreza que sufren los hogares pobres) no ha sufrido alteraciones sustanciales en los últimos 12 años.
Es cierto que la acción redistributiva del Estado mitiga alrededor de un tercio de la desigualdad de renta primaria y entre un tercio y casi la mitad de la pobreza que existiría sin impuestos y transferencias públicas. Aún así, la medida en que ello ocurre parece haber dependido más de factores estructurales y de coyunturas como la crisis económica que del color político más o menos “socialdemócrata” del gobierno de turno.
Este elevado “suelo” en pobreza y desigualdad se empeña en contradecir la pretensión de muchos socialdemócratas de que sus políticas son efectivas. Su objetivo declarado nunca fue detenerse y darse por satisfechos con niveles de desigualdad y pobreza como estos. El fenómeno tiene causas estructurales radicadas en la arquitectura de nuestro Estado del bienestar, nuestro sistema fiscal y nuestro mercado de trabajo. Si se ignoran, la viabilidad de las metas redistributivas socialdemócratas en una sociedad capitalista estará seriamente hipotecada.
Los socialdemócratas han tratado de contentar a las clases medias y a los trabajadores acomodados o insiders, alejándose de una mayor audacia redistributiva. Pero si todo lo que tienen que ofrecer es preservar el Estado del bienestar que conocemos con leves retoques más o menos generosos, sus avances en la lucha contra la pobreza y la desigualdad continuarán siendo escasos. Hoy existen propuestas igualitaristas que aúnan viabilidad y ambición redistributiva (como las de Atkinson o Piketty), ante las cuales los partidos socialdemócratas sólo se atreven a “abrir debates” en su think tanks y escuelas de verano. Pero en algún momento hay que dejar de debatir y empezar a implementar.
Una agenda igualitarista
Una agenda igualitarista debería innovar en cuatro áreas: regulación, gasto, ingreso y gestión. En regulación, apostando por políticas de predistribución que combatan la desigualdad en la distribución primaria de la renta. En gasto, con prestaciones menos condicionales y más universalistas, explorando formas de renta garantizada. Urge reorientar las políticas de bienestar hacia los outsiders y las generaciones más jóvenes, remediando una tremenda injusticia generacional. En ingreso, gravando las grandes concentraciones de riqueza, eliminando privilegios fiscales regresivos, combatiendo el fraude y la elusión, y explicando a las clases medias acomodadas que si quieren mayor seguridad e igualdad de oportunidades para sus hijos deberán pagar un poco más de impuestos. En gestión, adoptando las innovaciones de las modernas ciencias conductuales en la administración de esas políticas, desburocratizando, y tomándose en serio la transparencia y la rendición de cuentas.
¿Se atreverán los socialdemócratas nominales a apoyar tales alternativas? ¿O serán otros partidos los que acaben aplicando esa nueva agenda al servicio de unos objetivos igualitarios que, queriéndolo o no, han dejado huérfanos? Esta es la pregunta que los socialdemócratas sinceros deberían hacerse en la actualidad.
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