Un debate abierto

Turismo creciente

No es cuestión de limitar el turismo, sino de desconfiar de los servicios como fuente principal de riqueza

Turismo creciente_MEDIA_1

Turismo creciente_MEDIA_1

XAVIER BRU DE SALA

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

No todo va tan mal. Casi un 20% de los más de 7.000 millones de seres humanos practican el turismo. Uno de cada cinco. A pesar de las convulsiones en varios puntos del planeta, el turismo no ha parado de crecer, y se prevé que dentro de una docena de años pase de los 1.200 millones actuales a cerca de 1.800. Las cifras son tan impresionantes que parecen increíbles. El volumen monetario es astronómico. Pero la Organización Mundial del Turismo es digna de crédito. A poco que el bolsillo lo permita, los genes del nomadismo que impulsaron a nuestros antepasados remotos a salir de África y esparcirse por todas partes imponen un deseo irrefrenable de ver mundo. (De verlo, no de conocerlo, todo hay que decirlo, porque el conocimiento requiere algo más de esfuerzo, y para adquirirlo no es preciso salir de casa).

Primero comer, después viajar. Francia, primer destino turístico mundial, supera los 80 millones de visitantes al año, pero va a la baja por culpa del terrorismo. A la zaga, un grupo de tres países que rondan los 60 millones, formado por Estados Unidos, China y España. Como señalaba EL PERIÓDICO anteayer, España es uno de los principales beneficiarios de la inseguridad que afecta a unos cuantos de sus principales competidores. Además de Francia, Turquía, Egipto y Túnez sufren descensos muy notables, quizá incluso superiores a lo que anuncian sus datos oficiales.

UN TESTIMONIO PERSONAL

Si sirve de algo un testimonio personal, reportaré que a finales del siglo pasado visité las grandes pirámides como si fuera en el XIX. Fue poco después del famoso atentado de Luxor, en noviembre de 1997, que había ocasionado cancelaciones en masa. Pues bien, ante las pirámides no había ni las típicas paradas con suvenires, ni camellos para hacerse la foto, ni guías turísticos, ni siquiera vigilantes. Por lo menos a primera hora de la mañana, las taquillas estaban cerradas, y las puertas, abiertas. Visita gratis, para quien osara. En los interminables pasillos del interior, soledad, penumbra y algo de congoja. El turismo es asustadizo, muy asustadizo.

Pues bien, España se beneficia, claro está que sin desear daño a nadie, de la inestabilidad en las tres orillas del Mediterráneo. Catalunya, y de manera singular Barcelona, se beneficia de ello. De aquí proviene no solo una formidable fuente de ingresos sino un montón de problemas relacionados con la idea de la saturación -más bien falsa-, con los abusos de quienes pretenden obtener más provecho de la cuenta y con el modelo de ciudad y de país.

BENDICIÓN O MOLESTIA 

Todavía son muchos los barceloneses que consideran el turismo no una bendición sino una molestia insoportable. Que pregunten a los parisinos cómo se las apañan, y les responderán que ellos ignoran a los turistas. Como si no existieran. En horario comercial, no pasan por la rue Rivoli, la de las interminables tiendas ante el Louvre, y listos. Si aprendemos la lección, en vez de caminar por la parte baja del paseo de Gràcia, tan a menudo saturada, elegiremos la Rambla de Catalunya. En París se puede encontrar algún vendedor ambulante más o menos clandestino, no muchos, pero poco top manta o ninguno, porque la legislación es muy severa, también con los compradores, y en Francia subsisten unas costumbres que aún nos parecen exóticas: las normas se cumplen, los impuestos se pagan. La Administración, implacable, funciona. La cédula de habitabilidad no existe, porque si alguien prefiere vivir en una vivienda insalubre, allá él. Pero los apartamentos turísticos se declaran, todos, del mismo modo que para no pagar el impuesto de la televisión basta con afirmar que no se posee ninguna (y ay de quien mienta, porque le pillarán y le caerá el pelo). Somos nosotros los que nos complicamos la vida, que nos cargamos con normas estúpidas o innecesarias y en cambio nos abstenemos de crear las que resuelven problemas, como las multas a los compradores de objetos falsificados o libres de impuestos.

SINÓNIMO DE SALARIOS BAJOS

Más difícil de resolver es la cuestión del modelo de país. El economista Miquel Puig, uno de los más solventes y prudentes, advierte con contundencia sobre los peligros de basar la economía en el turismo. Turismo es sinónimo de salarios bajos. Los trabajadores mal pagados son una carga, puesto que consumen más en servicios de la Administración de lo que ayudan a pagar. No hay economía próspera que se fundamente en el turismo. La clave del bienestar tampoco es la construcción, sino que se llama industria. Industria y exportación de productos manufacturados con alto valor añadido. No hay que darle más vueltas. No es, pues, cuestión de limitar el turismo, sino de desconfiar de los servicios como fuente principal de riqueza.

Vaya país construiríamos si todos invirtiéramos menos en viajes de placer y más en adquirir conocimientos.

TEMAS