Boadella, contra la leyenda negra

El director se estrena en la ópera con la dirección escénica de 'Don Carlo', de Giuseppe Verdi

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ROSA MASSAGUÉ

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Albert Boadella se ha atrevido con casi todo en el teatro y las más de las veces con gran éxito y acierto. Le faltaba explorar un género, la ópera, y para estrenarse en este mundo lo ha hecho con 'Don Carlo', de Giuseppe Verdi, una de las mejores obras del compositor italiano. La ópera con su dirección escénica llega ahora a los Teatros del Canal, institución que el propio Boadella dirige en Madrid, tras estrenarse el año pasado en un lugar tan idóneo para la historia que se narra como es El Escorial.

Verdi escribió la ópera basándose en el drama romántico de Friedrich Schiller 'Don Carlos, infante de España'. El poeta y filósofo alemán construyó su tragedia según los principios de la Ilustración que él mismo defendía, principalmente el de la libertad frente a la tiranía. El hijo de Felipe II aparece en la obra de Schiller como un héroe trágico y no como el ser débil y enfermo que en realidad fue.

Con su habitual ímpetu quijotesco Boadella ha querido romper una lanza contra la leyenda negra que históricamente ha rodeado el reinado de Felipe II y presentar a este monarca bajo una luz más humana. Según sus propias palabras, he querido hacer "la versión española de Don Carlo" negándose a presentar "el clásico parque temático sobre la Inquisición y la España negra".

Tan loables propósitos tienen solo dos inconvenientes. Uno es la propia historia de España. La Inquisición existió, las sórdidas intrigas cortesanas también y no es casualidad que en toda Europa se vistiera de negro. Era la moda que dictaba la corte de Felipe II.

El otro inconveniente es la partitura y el libreto de la ópera. Boadella ha acortado la escena del auto de fe y la revuelta del pueblo que queda sin la intervención del máximo guardián de la ortodoxia religiosa. Pero el diálogo entre el rey y el gran inquisidor ahí está, con toda su crueldad y dureza, con todo el peso de una iglesia intolerante y fanática, triunfante después del Concilio de Trento, capaz de aconsejar al padre que mate a su hijo para salvar el reino.

Y si se trataba de darle humanidad al rey, no hacía falta. Cuando Felipe II se da cuenta de que su esposa, Isabel de Valois, nunca le ha querido, Verdi orquesta uno de los más bellos lamentos amorosos que hay en toda la historia de la ópera: "Ella giammai m'amó...! / No, chel cor è chiuso a me / Amor per me non ha...". No lo canta un rey en cuyos dominios nunca se ponía el sol. Lo canta un hombre lacerado en lo más profundo de su ser, un hombre desesperanzado que se enfrente a la mayor de las soledades.

Para poner en escena esta revisión crítica de la historia de España mediante la ópera de Verdi, Boadella presenta un escenario casi desnudo con un plataforma cuadrangular en medio que se mueve como una trampilla, se alza más o menos, según las necesidades de cada uno de los actos.

El Don Carlo que da título a la obra está muy lejos del héroe ideado por Schiller y después dibujado por Verdi. Aqui es un hombre enfermo, más cercano a lo que en realidad fue, que se mueve por espasmos y tics, un tullido que nunca parece saber dónde está. Resulta difícil imaginar como dos mujeres, la princesa de Éboli --ésta de rompe y rasga-- e Isabel de Valois que antes de convertirse en la tercera esposa de Felipe II fue la prometida del príncipe, estén enamoradas de don Carlos. Ni tampoco parece la persona más de fiar para encargarle el liderazgo de la rebelión de Flandes.

El otro personaje en el que se nota que Boadella ha trabajado mucho es el monarca. Para presentar al rey como un príncipe renacentista  lo muestra admirando 'El jardín de las delicias', de El Bosco; o con 'Venus y el organista', de Tiziano colgando de una pared, o con la aparición de la pintora Sofonisba Anguissola, autora de varios retratos de la corte, entre ellos de los monarcas. Personajes como el marqués de Posa o la princesa de Éboli, o incluso la misma reina, quedan poco dibujados.

Más allá de lecturas históricas, dada la larga trayectoria de Boadella de muy buen teatro, cabía esperar bastante más de lo que ofrece en este 'Don Carlo' que tiende a decaer en la última parte.

Musicalmente, el elenco fue muy notable, empezando por Simon Orfila en el papel de Felipe II con una gran autoridad vocal. Nancy Fabiola Herrera fue una Éboli potente y María Rey-Joly, como Isabel, superó muy pronto las indecisiones iniciales para acabar demostrando todo el dramatismo de su personaje. A Eduardo Aladrén y Damián del Castillo, como Don Carlo y el Marqués de Posa, les faltaba emoción aunque su canto se movió dentro de la más absoluta corrección. Rubén Amoretti era un Gran Inquisidor que no aterrorizaba (¿o se trataba precisamente de esto?).

La partitura de Verdi está llena de matices que en muchas ocasiones se les escaparon a la Orquesta y Coro de la Comunidad de Madrid, dirigidos por Manuel Coves.

Espectáculo visto el 2 de marzo.