El consejo de Freud

Marc Pérez-Serra

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En la tercera partida del mundial de ajedrez del año 1972 el campeón Boris Spassky, con las blancas, empezó moviendo peones situándolos en el centro del tablero. D-4 y C-4.  De esta forma conseguía tener una posición de preponderancia que, a la postre, debía permitirle encauzar y desarrollar una mejor táctica de cara a la victoria. Y tenía todas las de ganar, de no ser que enfrente tenía sentado al joven Bobby Fischer, quien finalmente se llevó la partida y de este modo inició una remontada que le llevaría a la consecución del título mundial más célebre de la historia. 

La semana pasada Pablo Iglesias, emulando al soviético Spassky, salió a por el centro del tablero y Mariano Rajoy, que no es precisamente Fischer, movió pieza. Una retirada táctica que, de paso, dejaba al pasmado Pedro Sánchez en la esquina del cuadro y pidiendo permiso a los suyos para gobernar. Porqué de eso se trata. Al joven Sánchez no le dejan gobernar.

Solo una operación de gran envergadura freudiana podrá salvar al secretario general del PSOE de quedar sepultado y entregado al circuito cerrado de la historia de los que no tuvieron el favor de los suyos. Quizás lo más parecido habría que rememorarlo en aquellas primarias a candidato a la presidencia del gobierno del año 1998 que ganó Josep Borrell al entonces secretario general Joaquín Almunia y que la dirección del partido se encargó de corregir después en favor de este último. Fue el estreno de una forma de operar en el Partido Socialista. Con un padre a la cabeza. De hecho el día en que Felipe González salió de la Moncloa, el PSOE ganó un padre. De eso hace ahora 20 años. Y ahora, que el hijo Sánchez le pide al padre González, que le deje salir con la chica que cree que lo hará feliz, papá le repite, una y otra vez en tono bondadoso y caricia en la mejilla, que la chica que más le conviene es otra. Que además es de buena familia del barrio de Salamanca y conoce bien a sus padres.

De modo que a Pedro Sánchez solo le queda lo más difícil, matar al padre, por expresarlo en términos de Freud. Esto es, librarse de la tutela de quien ha alcanzado la categoría de demiurgo.